Creo en mi grandeza

Domingo V del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Entonces Jesús dijo a Simón Pedro: No temas, desde ahora serás pescador de hombres. Y ellos, dejándolo todo, le siguieron”. San Lucas, cap. 5.


Por aquellos días sonaban en el ambiente judío extrañas expresiones: Juan el Bautista habló de un cordero que quitaba los pecados del mundo. Se comentaba sobre un reino celestial que estaba cerca. Algunos esperaban un bautismo de fuego, más allá de aquel otro que purificaba con agua. Y ahora un artesano de Nazaret les prometía a unos obreros del Tiberíades convertirlos en pescadores de hombres. A los pocos días dos parejas de hermanos, que se empleaban en el lago, dejaron sus barcas en la orilla y se marcharon.

Nada de esto nos sorprende a nosotros pues hace parte de una historia vivida y explicada por la tradición cristiana. El Señor Jesús iniciaba entonces su predicación, reuniendo una docena de discípulos, a quienes llamó apóstoles, que significa enviados. Quería significar el Maestro que éstos tendrían un protagonismo semejante al de los hijos de Jacob, sobre quienes se gestó el pueblo escogido.

Los evangelistas se preocupan de contarnos el llamamiento de algunos del grupo. De los demás apenas mencionan su nombre en la lista oficial que trae el texto.

Antes de narrar el llamamiento de Simón y de Andrés, san Lucas acumula en una misma página, diversos hechos, que pudieron ocurrir de forma espaciada: El discurso de Jesús desde una barca. Aquella pesca extraordinaria luego de una noche malograda. Y la confesión temerosa de Pedro: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”.

Repasando estos hechos comprobamos que, en el proyecto de Dios, valemos los mortales. El Señor hubiera podido redimirnos mediante un programa extraterrestre. Por medio de una tarea virtual, según la actual tecnología. Pero prefirió, aparte de hacerse hombre, contar con gente de carne y hueso, de virtudes y pecados para adelantar su obra salvadora.

Repasemos entonces nuestra historia. Ella conserva numerosos secretos, unos de ellos muy hermosos. Otros no tanto. Y sin embargo sobre esa larga sucesión de esfuerzos y descansos, de palabras y silencios, de obstáculos y triunfos, la salvación que nos trajo Jesús sigue avanzando. Para salvarnos y para hacer de nosotros, “pescadores de hombres” como el Maestro señaló a sus primeros discípulos.

“Cristo cuenta contigo” se le dice a cada participante al terminar el Cursillo de Cristiandad, una técnica por la cual conocemos mejor nuestra fe y nos comprometemos con ella. Se le entrega además un pequeño crucifijo. Y es un hecho. Dios cuenta contigo en la educación de tus hijos. En el manejo de una empresa de la cual muchos derivan su sustento. Cristo cuanta contigo en el ejercicio de tu profesión, como servicio generoso, embellecimiento del mundo, remedio contra la pobreza y la injusticia. Cristo cuenta contigo en aquellos programas de ayuda, que miramos aquí y allá. No están inscritos en ninguna ONG, pero se contabilizan en “El Libro de la Vida”.

Cristo cuenta contigo, porque mañana, cuando de ti quede sólo un recuerdo, el mundo será mejor por la eficacia de tu gestión temporal.

Se cuenta del cardenal Mercier, arzobispo de Malinas a principios del siglo pasado, que contemplando las maravillas que Dios hace en cada uno de nosotros, se ponía las manos sobre las sienes y decía emocionado: “Creo, Señor, en mi grandeza”.