Un codiciado objetivo

Domingo VI del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre”… San Lucas, cap.6.


Para cada dolor te ofrecen un analgésico infalible. Cualquier disfunción orgánica podrás corregirla con el fármaco adecuado y eficaz.

Pero si la dolencia es del alma, hallarás mentalistas de todas las calidades. Desde los charlatanes hasta los científicos, que exploran tu inconsciente para descubrir las raíces del mal. O si el problema es tu aspecto exterior, o tu imagen social, es posible ocultar las arrugas, embellecer la piel, corregir esas líneas del rostro, eliminar tus kilos de más. Te ofrecerán también clases de glamour y de etiqueta. En resumen: Un objetivo global que buscamos en todo momento, de forma mecánica o consciente: Ser felices. O con más exactitud y realismo: Blindarnos contra todo sufrimiento.

Ningún moralista, sin embargo, ni siquiera los de estricta observancia querrán oponerse a esta búsqueda. Sólo podrían recriminarte algunos métodos.

Pero es justo advertir que ese codiciado objetivo pocas veces se alcanza. Porque esta vida terrena, aunque no queramos reconocerlo, tiene mucho de destierro. O por lo menos de desierto. Vamos de camino, aporreados por numerosas dificultades, hacia una tierra prometida.

El Señor Jesús conocía, más que ningún mortal, estos anhelos de los hombres de ayer, de hoy de siempre. De allí aquel discurso que pronunció en las inmediaciones del lago, el Sermón de las Bienaventuranzas, que ha sido examinado con lupa por pensadores de todas las corrientes.

El texto de San Mateo ofrece ocho caminos hacia la felicidad. En cambio san Lucas se limita a cuatro, que complementa con tres amenazas: “Dichosos vosotros”… “Ay de vosotros”... Formas literarias todas ellas muy frecuentes en la cultura hebrea de entonces.

Sobre el texto de las bienaventuranzas un escritor ateo afirma: “La posición de Cristo hacia la felicidad es desconcertante. Pero si analizamos despacio su propuesta, descubrimos que señala un camino de moderación, mansedumbre, equilibrio, sabiduría y generosidad. Valores de una exquisita humanidad”.

Y otro pensador confiesa: “A los discípulos del Señor, sus bienaventuranzas nos extrañan. En un comienzo parecen un juego de palabras, o una desvergonzada invitación a mantenernos oprimidos. Pero comprendiendo que aquí nos habla el Hijo de Dios, miramos más allá, para desentrañar que existe un elevado ideal en nuestro comportamiento. Una conducta que además trae la promesa de Dios de una próxima y remota felicidad”.

Al niño le ha pedido en el colegio, averiguar cuáles son los “macarismos” de Cristo. Lo cual ha puesto contra la pared a sus papás. Sin embargo con algunos diccionarios y consultas por Internet, ellos pudieron descubrir que no son otra cosa que las promesas de felicidad que trae la Biblia. “Makarios” es un término griego que significa hombre feliz.

En el Antiguo Testamento encontramos unos 100 macarismos, todos ellos referidos quienes orientan su vida bajo las enseñanzas del Yahvé. Un concepto que se fue decantando entre los judíos, desde una concepción materialista de la dicha, a otra más acendrada y eminente.


En el Nuevo Testamento se da 50 veces esta expresión referida los hombres, menos en la carta Timoteo donde san Pablo llama al Señor “bienaventurado”, feliz, en dos ocasiones. De esa felicidad de Dios quiere participarnos Jesús de Nazaret a quienes nos arriesgamos a seguirle.