IV Domingo de Pascua, Ciclo B
San Juan 10,11-18: Se cambian alegríasAutor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto)
“Dijo Jesús: Tengo
además otras ovejas que no son de este redil. También a esas las tengo que traer
y habrá un sólo rebano y un sólo Pastor”. San Juan, cap. 10.
"Cambio mi vida -nos dice
León de Greiff, poeta colombiano-, por lámparas viejas, por la escala de Jacob,
por su plato de lentejas...".
Nosotros también cambiamos
nuestra vida, nuestro cansancio, por un trozo de dicha, por una onza de
felicidad. A veces lo logramos. Otras, regresamos vencidos, porque fue inútil
nuestra empresa.
La juventud madruga cada día
a conquistar felicidad.
Unos pretenden hallarla en
territorios donde nunca crece. Solamente la encuentran quienes la buscan en el
servicio a los demás.
Vemos hoy, con alegre
sorpresa, cómo hay jóvenes que se orientan hacia la vocación sacerdotal, hacia
la vida religiosa, hacia un trabajo laical comprometido con el Evangelio.
Cada vocación se distingue de
las demás por los valores que promueve. Ser sacerdote, ser religiosa, es gastar
la vida en la promoción de la fe y de la caridad.
Nos engrandece el acercarnos
al hermano, sin esperar inmediata recompensa.
El sacerdote y la religiosa
sirven a todos, especialmente a los más pobres, en forma desinteresada y
generosa.
Su trabajo no toca solamente
la periferia del hombre: Su salud, su vivienda, sus derechos, su economía, sus
relaciones sociales, su ambiente físico. Llega más allá, a su espíritu. Trata de
ayudarlo en lo más hondo de su ser y lo proyecta más allá de la muerte.
Cristo les dice a sus
oyentes: "Tengo otras ovejas que no son de este redil. También a esas las tengo
que traer". Por eso sigue llamando a quienes quieran ayudarlo.
Aquella joven que ya termina
carrera, se asocia con unas religiosas que trabajan en un barrio pobre. Un
muchacho sobresaliente en su universidad, busca de pronto una comunidad
misionera.
A otros les llama la atención
un servicio particular a la Iglesia: El sacerdocio diocesano, la ayuda a los
enfermos, la enseñanza, la predicación, los medios de comunicación, la vida
contemplativa.
A éstos les impresionan los
barrios marginados de nuestras ciudades. Sufren en carne propia las injusticias
sociales, se sienten llamados a evangelizar el mundo obrero, a llevar el mensaje
a los grupos campesinos.
Dios continúa llamando. Un
día invita a Andrés, a Pedro, a Felipe, a Natanael.
Hoy llama por nuestros
pueblos y ciudades a Juan Carlos, a Luz Marina, a Santiago, a Cecilia, a
Gabriel.
Quienes le siguen llevan a
cabo, en forma inteligente y decidida, un admirable intercambio de alegrías.
Entregan alegrías de todos conocidas, comunes y a veces demasiado pasajeras, a
cambio de otras inefables, especiales y sobre todo, permanentes.