V Domingo de Pascua, Ciclo B
San Juan 15,1-8:
Para comprar un dromedario

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Dijo Jesús: Permaneced en mí y yo en vosotros. El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante”. San Juan, cap.15.

 

Un hombre deseaba comprar un dromedario. Para ello se dirigió al árabe que exhibía diversos animales, en las afueras de  El Cairo.

 

– Me gusta aquel dromedario, porque parece joven y fuerte, explicó el comprador. ¿Pero no tendría usted un dromedario sin joroba?

 

El árabe movió la cabeza hacia uno y otro lado, con una sonrisa burlona:

 

– O quiere usted un dromedario con joroba o no quiere hacer negocio conmigo, le respondió al fin, malhumorado.

 

Muchas veces nosotros le pedimos a la vida todas las ventajas, sin aportar ningún sacrificio de nuestra parte. En el colegio queremos avanzar todos los días, sin esforzarnos en el estudio. En los negocios ganar cada vez más, sin trabajar responsablemente. En la amistad que los demás nos acaten y nos estimen, sin ofrecer cariño de nuestro lado. En esta tierra,  todas las cosas humanas tiene sus jorobas. Pero muchos seguimos suspirando por un mundo ideal que nunca ha existido. 

 

Del mismo modo nos portamos con la Iglesia. Buscamos su ayuda pero no la entendemos como es: Divina y humana.

 

Cristo nos invita a permanecer en El, así como las ramas permanecen unidas a la vid. De lo contrario, no podremos dar fruto. ¿No hemos pensado que mantenernos unidos a Cristo es  mantenernos unidos a la Iglesia? A esta Iglesia nuestra en continuo proceso de renovación.

 

A veces declaramos: Lo único que vale es el Evangelio. Para mí, nada significan las leyes, ni la jerarquía, ni las estructuras. Lo cual equivale a sostener que nada nos dice hoy la Iglesia.

 

Otras veces afirmamos: Me entiendo con Jesucristo, pero no admito dogmas, ni sacerdotes, ni tampoco ritos. Esto también es no aceptar la Iglesia.

 

Reflexionemos más despacio: ¿Todo es bueno en la Iglesia de hoy? No. Por esto Paulo VI nos amonestó para que los obispos, los sacerdotes, los religiosos, los seglares, viviéramos en espíritu de constante conversión.

 

¿Todo es malo en la Iglesia? Tampoco. Afirmarlo llanamente  sería simpleza y además injusticia. ¿Qué gana nuestra Iglesia si nos empeñamos en desacreditarla sistemáticamente? Un hijo bueno y fiel se complace en la bondad de su madre y pasa por alto sus defectos y limitaciones.

 

Permanecer en Cristo es permanecer como hijos fieles y adultos de la Iglesia, estudiar nuestra fe, dar testimonio de ella con nuestro ejemplo, aconsejar prudentemente, denunciar las fallas con mansedumbre cuando sea necesario, anunciando a la vez los posibles remedios. En la Iglesia está Cristo bajo los humildes accidentes del hombre contemporáneo.

 

La virtud de la esperanza nos dice que el desierto puede florecer, que la estéril se alegrará con su hijo, que la higuera dará frutos nuevamente y que los panes se multiplicarán para saciar el hambre de todos.

 

Basta apagar un poco el ruido que nos cerca, entornar los ojos con cariño y aguzar el oído amorosamente. Entre el agitado mundo del presente se escuchan, suaves y rumorosos, los pasos del Señor que camina con su Iglesia.