VI Domingo de Pascua, Ciclo B.
San Juan 15, 9- 17:
Amor de buena ley

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Dijo Jesús a sus discípulos: Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros como yo os he amado”. San Juan, cap. 15.

Vestida de guerrero con su yelmo y coraza, además de la espada y el escudo, alguien representó la caridad en un templo de Amiéns. Pero en Florencia, el Giotto la pintó como una dama que lleva un su manos un corazón y el cuerno de la abundancia para socorrer necesitados. Valen las dos imágenes. Al fin y al cabo, como dice Cervantes, el amor y la guerra son una misma cosa.

Los cristianos, bajo el mandato de Jesús, nos preguntamos: ¿La caridad ha servir para derrotar injusticias, o únicamente para asistir dolores?

Identificamos al amor como la esencia del Evangelio. Y así tratamos en enseñarlo por todos los meridianos de la tierra. Con ánimo siempre renovado, pero con cierto pesimismo. Porque a estas alturas de la historia ¿qué resultados ha obtenido ese amor? Solamente lo vive plenamente una pequeña elite. ¿Será que ese mandato del Señor: “Amaos unos a otros como yo os he amado” es una de tantas utopías que iluminan fugazmente el planeta? ¿Cuándo logrará ser una herramienta que trasforme de veras nuestro mundo?

Es ambicioso el mandato de Jesús. Cualquiera de nosotros puede amar hasta llenar de alegría su propio corazón, hasta mejorar las condiciones de un prójimo. Alguien puede aventajar en amor a sus amigos. O conservar una familia, que los demás califican de ejemplar. Pero amar “como yo es amado” es algo que parece imposible. Porque las medidas de Cristo desbordan con exceso cualquiera de nuestros proyectos.

Sin embargo, ese amor que Jesús nos propone orienta a quienes deseamos vivir el Evangelio dentro de nuestras circunstancias. Desde nuestro camino, asediado por los personales demonios, que nos empujan a tantas desviaciones.

San Pablo, al escribir a sus comunidades, pone siempre a Jesús como espejo de todo comportamiento. Cuando motiva el perdón entre los cristianos de Filipos, les recuerda cómo perdonó Cristo. Si les reprende su soberbia, alude al Señor que se abajó a nosotros. Al pedir ayuda a los corintios para los pobres de Jerusalén, les presenta al Maestro, despojado para enriquecernos. E insiste a los romanos que su hospitalidad imite la acogida que Cristo nos dispensa.

Son estas y otras más, las diversas modulaciones de un amor que nos acerca al ideal del Maestro.

En cada experiencia de amor el creyente descubre algo, o mejor encuentra a Alguien que le da vigor, rumbo y premio a su propio corazón. “En el fondo de toda ternura compartida, escribe un obispo español, en todo encuentro amistoso, en la solidaridad generosa, en el deseo último enraizado en la sexualidad humana, en el amor de los esposos, en el afecto entre padres e hijos, en la entraña de todo amor, ¿no está, de algún modo, el amor creador de Dios?”.

Papini, poco antes de expirar, maltrecho y ciego, dictó a su secretaria esta frase: “A pesar de mi edad y mis males, siento una irreprimible necesidad de amar y ser amado”. Sentía a la par de todo ser humano. Sólo que los cristianos procuramos amar, amar siempre, amar a pesar de los tropiezos, “como yo os he amado”.