Las ventajas del perdón

Domingo VII del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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““Dijo Jesús: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian”. San Lucas, cap.6.


Durante el siglo XVII antes de Cristo, Hammurabi reinó en Babilonia. Fue un rey sabio que dio a su pueblo una serie de leyes, asumidas luego por otros reinos. Su código se orienta, más que a preceptos religiosos, a principios de justicia y reparación. De allí brotó la famosa ley del Talión, común entre los pueblos semitas: “Ojo por ojo, diente por diente”. Una norma que, aunque parezca extraño, promueve la misericordia pues ordena no extralimitarnos en la venganza. El Éxodo recoge esta sentencia que nosotros, a pesar de nuestras actuales ferocidades, calificaríamos de salvaje: “Darás vida por vida, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe”.

En tiempos de Cristo tal ley, caída ya en desuso, se remplazaba por compensaciones en dinero. Sin embargo, permanecía la letra y sobre todo el espíritu de venganza entre el pueblo. El mismo Jesús, según dice san Mateo, cita esta norma, pero presentándonos un ideal de perdón, insospechado hasta entonces: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian”.

Los autores advierten que este discurso hace parte de las explicaciones que el Maestro añadió, para invitarnos a vivir las bienaventuranzas. Y luego aplicó el tema a nuestra vida práctica: “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten”. “Sed compasivos como vuestro Padre celestial es compasivo”. “La medida que uséis con los demás, la usarán con vosotros”.

Reconocemos que en el mundo actual los rencores son hierba abundante. Y aun brotan en nuestras comunidades cristianas. Hemos dejado a un lado las macanas y las flechas, pero empleamos otras formas, si bien más elegantes, no menos letales, para descuartizar a quienes nos ofenden. Para desbaratar a nuestros enemigos.

El Señor nos señala un primer paso para romper esa espiral de violencia, que a todos nos arrastra: “Orad por los que os injurian”. Rogar a Dios por aquellas gentes que algún día nos han hecho mal. Algo factible, aunque incompleto todavía.

Si en el recinto de nuestra conciencia logramos mirar serenamente a quien nos hizo mal y le pedimos al Señor lo ayude y lo bendiga, ya hemos franqueado la barrera entre el odio y el amor.

Porque san Mateo pregunta: “Si sólo amáis a quienes os aman, qué recompensa vais a tener?. ¿No hacen lo mismo los gentiles?” Es decir, nuestra calidad de cristianos sería ínfima.

Pero conviene comprender que son muchas las ventajas del perdón cristiano. En primer lugar sana el pasado, pacifica el corazón. Numerosas enfermedades cardíacas, aseguran los especialistas, se deben a una orientación malévola de nuestros sentimientos.

Además, al perdonar nos situamos en un nivel superior a aquel de nuestros ofensores.

Y finalmente: Perdonar nos certifica como auténticos hijos de Dios. Podremos entonces rogarle con serena confianza: “Perdónanos, como nosotros hemos perdonado”.

De León Blois se cuenta que se abstuvo de rezar el Padre Nuestro durante varios años. Aseguraba, en su honradez, que era incapaz de pronunciar esa sexta petición: “Perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.