VI Domingo de Pascua, Ciclo B.
San Juan 15, 9- 17:
Amor y amores

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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Dijo Jesús: Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. San Juan, cap. 15.

A medida que la tierra se desplazaba en su órbita, aquella máquina infernal y cósmica iba absorbiendo todo el amor que encontraba en el corazón de los hombres. En algunos hallaba cantidades notables y gloriosas. En otros, solamente briznas agonizantes. En algunos más, apenas vestigios de algo que fue y ya no es. Todo ello lo iba procesando aireadamente aquel artilugio satánico, mezclándolo con odios y sombras, hasta convertirlo en desechos inútiles que arrojaba al espacio.

Los efectos no se hicieron esperar. La violencia arropó en un instante todo el globo terráqueo. Los suicidios se multiplicaron hasta el infinito. Y la humanidad agonizó sin motivos ya para vivir ni para esperar.

Así podemos imaginar el final de la historia humana si el amor no avanza, impulsado por la presencia de Jesucristo y los esfuerzos de tantos hombres de buena voluntad, que todavía creemos en un futuro mejor.

Durante la cena de despedida, Jesús presentó a sus discípulos una amplia gama de reflexiones, haciendo énfasis en los temas centrales de su predicación. Uno de ellos, o quizá el más importante: El amor. En otros lugares el mismo san Juan se esforzará en explicarnos que la naturaleza de Dios es amor.

Según los pensadores griegos, naturaleza es aquello por lo cual una cosa es ella misma y no otra.

Trasladando esta afirmación hacia Dios, algo podremos comprender de cuanto es Él. De su presencia amorosa. De su proyección sobre el nosotros.
Desde tiempos antiguos el amor se manifestó en el corazón del hombre y se proyectó hacia sus semejantes: Vivir es amar, decían los antiguos poetas. Los mismos dioses del Olimpo dieron repetidas lecciones de amor, aunque en medio de otras realidades que lo devaluaban.

Pero Jesús viene a clarificarnos todo esto. A enseñarnos que amar es lo esencial. Para ello nos presenta una meta y un ejemplo maravilloso: Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. Y Él mismo dio la vida, no sólo por sus amigos, sino por todos.

El mundo actual está enfermo de análisis, cuando necesita ante todo un proceso de síntesis. Nos volvimos demasiado cerebrales al enfocar nuestros problemas. Muchos de ellos podrían solucionarse si nos acercamos al prójimo, con el corazón en la mano, para descubrir en compañía cuántas cosas nos unen.

Entre los valores que nos propone el cristianismo hay dos fundamentales y obligatorios, en la exposición magistral de algún teólogo de muchas campanillas y en la catequesis elemental para unos niños campesinos: La paternidad de Dios y la fraternidad entre todos nosotros. Esto nos lo enseñó Jesús, cuando nos dijo que Dios es amor y quien permanece en el amor, permanece en Dios.

Sin embargo en la vida real se dan muchos amores. Muchos que nunca pasarían un examen de calidad, porque son egoísmos disfrazados.
Valdría entonces la pena que algún día examináramos nuestro haber, en aquel archivo: Amor y amores. Quizás nuestra preparación intelectual es suficiente para optar por muchas tareas de renombre. Que nuestros bienes económicos nos garanticen una vida digna y segura. Pero ¿cuánto poseemos de amor?. ¿Solamente unas briznas agonizantes?