Solemnidad: La Ascensión del Señor, Ciclo B

San Marcos 16,15-20: Con los ojos entreabiertos

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“El Señor Jesús después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios”. San Marcos, cap. 16.

Cuando muere algún personaje importante, todas sus cosas se silencian. Detrás sólo quedan sus hechos, sus ejemplos, su recuerdo, que el tiempo deteriora. Y la gratitud vacilante de unos pocos amigos.

En cambio, aunque los Evangelios consignan el sitio y hora de la muerte de Cristo, allí no terminan ni su gloria ni su existencia entre nosotros.

San Marcos, con enorme concisión, nos relata la ascensión del Señor: "Después de hablarles. Jesús subió a los cielos."

Pero de allí no se siguieron silencio, distancia, aislamiento. Su grupo vive y transmite su mensaje.

Unos años más tarde, San Pablo les cuenta a los fieles de Corinto que "Jesús murió por nuestros pecados. Que fue sepultado cómo lo anunciaban las Escrituras. Que se apareció a Pedro, más tarde a los Doce y después a más de quinientos hermanos, la mayor parte de los cuales vive todavía. Luego se apareció a Santiago y a los apóstoles todos. Y en último término, también se me apareció a mí, que soy el último de los apóstoles".

De esta manera explica San Pablo la vida de Jesús, luego que desapareció visiblemente a nuestros ojos.

Conviene anotar que la resurrección, la ascensión y la venida del Espíritu Santo encierran un sólo acontecimiento.

La catequesis nos lo explica en diversas etapas para poder comprenderlo mejor. Y quizás los apóstoles vivieron en el tiempo estos tres momentos, a la medida de su maduración en la fe.

Pero Jesús, al resucitar de entre los muertos, ya goza de la diestra del Padre y empieza a difundir su Espíritu entre los creyentes.

Así lo hizo entender a Pablo y así lo hace con cada uno de nosotros.

Desde niños nuestra fe comenzó a identificarlo en el amor de nuestros padres.

Lo conocimos en la escuela y en la parroquia, a través de la enseñanza cristiana.

En la juventud pudimos escoger entre El y otras formas de vida y de acercamiento a la historia.

Hoy podemos afirmar con San Juan que nosotros le hemos visto y oído. Que nuestras manos le palparon.

Porque El, aunque invisible, está siempre presente. Aunque murió, vive en su Iglesia. Aunque fue elevado a los cielos, su lugar es la tierra, donde sus amigos luchamos por anunciarlo. Donde sus hijos aguardan a diario su providencia. Donde su reino avanza cada día, a pesar del pecado y de la sombra.

Lo estamos esperando, pero a la vez lo tenemos con nosotros. Nos alienta su esperanza, pero su certeza nos confirma.

La fe nos mantiene con los ojos entreabiertos: Para distinguirlo en la penumbra. Para que su luz no nos abrase las pupilas.