Solemnidad: La Ascensión del Señor, Ciclo B
San Marcos 16,15-20: Necesitamos el éxtasis
Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto)
“Jesús se
apareció a los discípulos y después de enviarlos al mundo entero, ascendió al
cielo y está sentado a la derecha de Dios”. San Marcos, cap. 16.
En 1967, un cazador
filipino descubrió al sur de Mindanao a los Tasaday. Se trataba, según los
noticieros, de la tribu más primitiva conocida hasta entonces. El cazador les
regaló a sus huéspedes diversos utensilios, que ellos nunca habían visto,
los cuales fueron agradecidos con la rama de un árbol alucinógeno que, en
castellano, se llama “betel”. Y quien narra el suceso concluye: Podemos vivir
mucho tiempo sin cuchillos, ni lanzas, ni arcos. Pero nunca sin éxtasis.
Venida del latín,
esta palabra significa subir más allá de lo real y ordinario. Es cierto, nadie
puede vivir sin esperanza de algo futuro y mejor. Por esta razón amamos,
trabajamos, luchamos. Por esta razón creemos.
La fe cristiana es por lo
tanto una invitación al éxtasis. Hacia allá nos empuja la virtud de la
esperanza. ¿Quién no aspira a un lugar donde no haya muerte, ni luto, ni llanto,
ni fatigas, como dice el Apocalipsis?
Cuando celebramos
bien neutra liturgia no ensayamos un poco a ese éxtasis que sólo tendrá su
plenitud después de la muerte.
Porque creer si
esperar sería un ejercicio demasiado oneroso. Porque amar a Dios incluye,
irremediablemente, una tendencia a gozar de su eterna compañía.
Los discípulos de Señor
abandonaron muchas cosas para escuchar su palabra y ser testigos de sus
milagros. Pero su generosidad no excluía algo más. El premio que el mismo Jesús
ofreció muchas veces: “Todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas,
padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y
heredará la vida eterna”.
Sin embargo la pasión
y muerte del Maestro había derrumbado la confianza en sus discípulos. La
mayoría de ellos se escondieron, con excepción de Pedro que se arriesgó para
protagonizar un doloroso espectáculo. Por esto la principal tarea del Maestro,
luego de la resurrección consistió en reunir nuevamente al grupo
para reconstruir su esperanza.
San Marcos nos cuenta
que al final, el Señor se les apareció nuevamente y los envió a predicar por
todo el mundo. Enseguida “ascendió al cielo y está sentado a la derecha de
Dios”.
Otros evangelistas
señalan que esto sucedió en Galilea, sobre la cumbre de un monte, que los
biblistas no alcanzan a identificar. Lo cual no importa. Lo esencial fue que
entonces Jesús ratificó ante el grupo, su condición de Mesías. Y los discípulos
comprendieron aquello que les había dicho durante la cena de despedida:
“Cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo para
que donde yo esté, estéis también vosotros”.
Este hecho de la
ascensión es el final de una asombrosa historia. “El Verbo se hizo carne”, había
escrito san Juan. Pero quien acampó entre nosotros era el mismo Dios. El que
acampó entre nosotros era el mismo Dios. “El que camina sobre las alas del
viento”, como señala un salmo.
Ante Jesús que iba
perdiendo entre las nubes, los discípulos se sintieron en éxtasis.
Comprendieron desde el fondo del alma que, a pesar de la dureza del
camino, de los guijarros que nos hieren a diario, nos aguarda un destino feliz
más allá de los astros.