Solemnidad: Domingo de Pentecostes.
San Juan 20, 19-23:
Un poquito de viento

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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Jesús exhaló su aliento sobre los discípulos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados. San Juan, cap. 20.


Casi todos los libros de ciencia de ayer y de hoy, pudieran escribirse bajo este epígrafe: Para explicar lo inexplicable. Una tarea que la teología ha querido realizar, pero ha fracasado en el intento. No le alcanzan los ojos ni las alas. Entonces con la mejor voluntad, se entretiene presentándonos imprecisos bocetos, acercamientos y comparaciones sobre quién es Dios y su acción salvadora hacia nosotros.

Ya en la primera página del Génesis, el autor sagrado señaló que el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas. En la cultura hebrea la acción del Señor se asimilaba con el viento. Con él hálito de la respiración.

Aunque suponemos que en aquel momento del Big Bang no sería una suave brisa solamente. Los científicos aseguran que nuestro mundo comenzó a existir, luego de una gran explosión que desparramó la materia por el espacio. Y entonces comenzaron a conformarse los astros.

En repetidas ocasiones, Jesús explicó a sus discípulos, que su Espíritu los acompañaría siempre, mucho más cuando Él se hubiera ido al cielo. Luego de la resurrección, se hizo presente en el cenáculo y exhalando su aliento sobre ellos, les dijo: A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados.

De este modo les explicaba su futura presencia. Les daba poder para borrar pecados, al impulso de un poco de viento salido de su boca. También aseguraban los judíos que el aliento nace del corazón. Ese perdón que gozamos los creyentes nos llega del corazón de Dios.

Cuarenta días más tarde, según escribe san Lucas, un ruido del cielo como el de un viento impetuoso, resonó en la casa donde se encontraban los discípulos. Unas llamaradas se repartían sobre la cabeza de cada uno. Y todos se llenaron del Espíritu Santo. Estos signos, así les infundieran miedo, explicaban un poco lo que estaba sucediendo en lo interior de aquellos discípulos. Dios llegaba a sus vidas de una forma fuerte y extraordinaria.

El libro de los Hechos señala que esto ocurrió mientras se celebraba en Jerusalén la fiesta de Pentecostés. Una solemnidad judía que tenía lugar al final de la cosecha de la cebada y antes de comenzar la del trigo. Generalmente por los meses de mayo y junio en nuestros calendarios. Dicha celebración tuvo en su origen, un sentido de acción de gracias por los frutos recogidos. Pero luego se orientó a conmemorar la Alianza y a agradecer a Yahvé la Ley de Moisés.

Hay un himno que la Iglesia repite en estos días. Y sSegún la tradición fue escrito por un monje del siglo IX, llamado Rabano Mauro, obispo luego de Maguncia.

En el concilio celebrado en Reims en 1049, bajo el papa León IX, se cantó solemnemente esta plegaria, que comienza: Ven, Espíritu Santo.

Mediante varias comparaciones, el autor nos describe qué cosas realiza ese Dios en nosotros. A ese Espíritu lo llama rayo de lumbre, padre de los pobres, luz de los corazones, consuelo, huésped del alma, descanso, frescura, paz. Una larga y hermosa letanía que algo puede enseñarnos.

Pero tengamos en cuenta: Para entender un poco las cosas de Dios vale más sentir serenamente que Él nos envuelve, cerrando los ojos y escuchando el silencio.