Solemnidad: Domingo de Pentecostes.
San Juan 20, 19-23:
Igual que estar enamorado

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

Sitio Web 

“Al anochecer, el Señor Jesús se puso en medio de sus discípulos, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. San Juan, cap. 20.

Rabano Mauro fue obispo de Maguncia, a comienzos del siglo IX y mereció, por su piedad y sabiduría, ser llamado “Maestro de toda Germania”. De sus escritos la Iglesia ha conservado un himno litúrgico, embellecido luego con melodía gregoriana. Aquel que comienza: “Veni Creator Spiritus”, donde pedimos al Espíritu Santo que visite el entendimiento de sus fieles. Que inunde con su gracia los corazones que él mismo ha creado.

Cuando decimos Espíritu recogemos la tradición religiosa de pueblos muy antiguos. Los judíos llamaban “Ruáh” la fuerza creadora del Señor. Pero también el viento que agita las nubes y el hálito de la respiración. San Juan nos cuenta que Jesús exhaló su aliento sobre los discípulos, reunidos en el cenáculo y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. Los griegos decían “Pneuma” para significar esas mismas realidades. Y a nosotros, a través del latín, nos llegó la palabra spiritus, con la cual designamos la acción de Dios hacia el hombre. Y también la brisa y el soplo de sale desde el pecho.

Cuando el Señor se despide de sus amigos, les promete enviarles su Espíritu. En otras palabras, su fuerza, su compañía. Aunque sólo después de la Ascensión, ellos sintieron que ese Espíritu les llenaba la vida.

En la fiesta judía de Pentecostés, un viento fuerte sacudió la casa donde estaban reunidos. Y unas como lenguas de fuego se posaron sobre sus cabezas. Se vieron entonces obligados a salir a la calle para compartir con todos su entusiasmo. Su experiencia viva de Jesús de Nazaret.

Ya el himno del Rabano Mauro nos dijo que el Espíritu de Dios visita las mentes de los fieles y llena con su gracia nuestros corazones. Esto les ocurrió a aquellos apóstoles temerosos, transformando plenamente su vida. Esto mismo nos sucede a los creyentes. El Espíritu de Jesús nos cambia desde dentro. Basta abrir los ojos y dilatar el corazón.

Pero no es fácil describir esta “presencia del Ausente”, como la llama un teólogo. En algunos se manifiesta por una alegría serena y constante. Para otros es fuerza que les mueve a grandes proyectos. Para otros, capacidad de bondad a toda prueba, o de una sencillez desconcertante. En otros más, un amor extraordinario a los pobres. O una posibilidad continua de oración. O fidelidad a toda prueba y facilidad de perdón.

Cuantos hemos sentido alguna vez que Dios nos inunda, a pesar de nuestros pecados, podemos afirmar que esta experiencia llega siempre por el camino del amor. Sentir a Dios por dentro es igual a sentirnos vivamente enamorados, mientras todo lo demás pasa otro plano.

Entonces recordamos aquella canción de Perales: “Desde que te quiero me ha cambiado todo... He vuelto a ser futuro y horizonte.. Desde que te quiero despertó la vida. Olvidé mi nombre y me hice todo tuyo... He vuelto del silencio a la palabra. He vuelto de la noche a la mañana. He cambiado mi rumbo desde que yo te quiero”.

Tal vez Juan de la Cruz, de regreso a esta tierra, nos contaría hoy su experiencia con palabras semejantes.