Solemnidad: Domingo de Pentecostes
San Juan 20, 19-23:
Por el fuego y el viento

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Todos los apóstoles estaban juntos. De pronto se oyó un viento recio y aparecieron unas como llamaradas”. Hechos, cap.2 

Estaban juntos... Don Ramón de Campoamor, aterrado ante la soledad que padecemos, escribió: “Sin el amor que encanta, la soledad del ermitaño espanta; pero es más espantosa todavía, la soledad de dos en compañía”.

 

Muchas veces, aún entre la gente, nos sentimos solos. Y esta soledad nos volvió resentidos, desconfiados, tercos, fríos en las relaciones con Dios, cobardes para el testimonio...

 

Todo esto lo sabía el Señor. Lo palpó y sufrió en sus apóstoles quienes, aún viviendo juntos, no se sentían hermanos, no entendían las escrituras, ni los signos de los tiempos y, como niños,  se peleaban por los primeros puestos.

 

El Evangelio nos dice cómo Jesús les insistía que se amaran, que vivieran unidos, que permanecieran en El, que guardaran sus preceptos. Después de la Resurrección volvió sobre los mismos temas: Les hizo un resumen de su doctrina. Los examinó sobre el amor y la felicidad, cuando, junto al lago, llamó a Pedro a la reconciliación. Les entregó unos poderes inmensos, como perdonar los pecados. Les confió su Iglesia naciente, enviándolos a predicar a toda criatura.

 

Pero faltaba una fuerza especial capaz de cambiarles la mente y el corazón.

 

Los Hechos de los Apóstoles nos lo cuentan: Reunidos en Jerusalén, con María la Madre de Jesús, los discípulos  oraban y se animaban fraternalmente. Un domingo muy temprano, vino sobre ellos el Espíritu Santo. La Iglesia desde los primeros siglos empleó este nombre. Dios llegó como un viento y un fuego, para darles a entender que de ahí en adelante estaría de una manera nueva con su Iglesia: Como  luz, como fuerza.

 

Movidos e iluminados, los apóstoles cambiaron desde ese día y la comunidad cristiana empezó a crecer y a difundirse. Movidos e iluminados por el Señor, tantos hombres y mujeres han realizado maravillas: Los mártires, los misioneros, los científicos de la teología, los líderes de la caridad y del desarrollo cristiano, los ignorados párrocos de aldea, las silenciosas madres de familia, los jóvenes comprometidos, los que rigen los pueblos con sentido de amor y libertad, los obreros que luchan por su dignidad con valores evangélicos. Es la acción del Espíritu Santo que cambió sus vidas, les entregó sus dones: Sabiduría, entendimiento, consejo, ciencia, fortaleza, piedad, temor de Dios.

 

Cada uno de nosotros ha recibido esa fuerza y esa luz, principalmente por los sacramentos. Por esto al creyente no le oprime el corazón aquella soledad del poeta español. Hemos nacido para la comunidad, para la compañía, y la fuerza de Dios hace más profunda nuestra unión y más alegre nuestro compartir.

 

Podría comenzar desde hoy nuestro Pentecostés para alegrar a todos los de casa, a los amigos y vecinos, con el cariño cristiano que se vuelve saludo, sonrisa, consejo, perdón, alegría y paz. El mundo sería desde hoy más hermoso, porque “la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo están con todos nosotros”.