Ese borroso horizonte

Domingo I de Cuaresma, Ciclo C

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Jesús volvió del Jordán y durante cuarenta días el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo”. San Lucas, cap 4.


El pecado y su parienta próxima la tentación: Dos realidades que afloran a cada paso en nuestra vida.

Para los cristianos pecar significa romper o debilitar nuestra amistad con Dios. Distinguimos entonces entre fallas importantes y otras de menor calibre, casi ajenas a nuestra voluntad.

Hoy por fortuna las ciencias han iluminado la moral tradicional, delimitando el recinto del pecado. Rebajando o ampliando su culpabilidad. Pero él continúa siendo algo inherente a nuestra condición. Aunque bajo otros matices y colores. Aunque la enseñanza cristiana resalta hoy más la posibilidad de ser buenos, que la certeza amarga de ser malos.

La tentación sería entonces esa sala de espera, a media luz, antes de amar o negar al Señor. La encrucijada en la cual nuestra libertad podría escoger entre varios caminos.

Cuenta el Evangelio que al comienzo de su vida pública, Jesús se aisló de sus amigos y parientes: “Fue conducido al desierto y allí tentado por el diablo”, nos dice san Lucas.

Con la expresión desierto los judíos señalaban una cadena de montañas al occidente del Jordán, en el territorio de Judea. Por aquellos parajes de secos valles y áridas colinas, estaría el Señor aquella temporada.

Respecto a los cuarenta días de su retiro, sabemos que en la cultura judía esta cifra significa una duración amplia y sagrada.

Los textos describen las maneras como Jesús fue tentado. Lo cuentan con un lenguaje simbólico, comprensible para los judíos de entonces. A nosotros se nos hace extraño, por ejemplo, ese “monte desde el cual podrían divisarse todos los reinos de la tierra”.

Esas tres formas por las cuales el Señor es tentado, se resumen en la posibilidad de alejarse del plan de Dios. En nuestro caso, las diversos modos de faltar a nuestra vocación, al compromiso bautismal, a los deberes diarios.

Pero el relato tiene un claro objetivo. Mientras en la Iglesia primitiva algunos pretendían divinizar tanto a Jesús que olvidaban su humanidad, los evangelistas presentan este lado frágil del Maestro. No solamente padeció hambre sed, miedo, ira, angustia, dolor físico. También fue tentado. Se asomó y varias veces, a ese borroso horizonte donde el bien y el mal se confunden. Donde se nos ofrece una felicidad fácil, próxima y seductora.

Más tarde, el autor de la carta a los Hebreos nos dirá: “Tenemos un sumo sacerdote que puede compadecerse de nuestras flaquezas. El ha sido probado en todo, igual que nosotros”.

José María Cabodevilla nos dejó “El Diablo Retórico”, un largo discurso donde el Maligno golpea duramente al Maestro, enfrentándolo a su condición humana, donde cupo la duda, la perplejidad, el desconcierto, la dificultad de ser Dios en tan vulgares circunstancias. “No eres un Dios en vacaciones, le dice el tentador. No eres un rey que ha decidido viajar de incógnito en sus dominios”.

Sobre cada uno de nosotros podría escribirse algo semejante. Somos hijos de Dios, pero a la vez hombres, fabricados en barro y contagiados de mal. Y con frecuencia pecamos. Pero quien emborrone esas páginas no ha de olvidar un bello epílogo, donde contará que hemos vencido, a ejemplo de Jesús. Por su infinita misericordia.