Solemnidad: Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Ciclo B
San Marcos 14,12-16.22-26:
Alianza estratégica

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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Mientras comía con sus discípulos, Jesús tomó un pan y lo partió, diciendo: Tomad, esto es mi cuerpo. Y cogiendo una copa, les dijo: Esta es mi sangre, sangre de la nueva alianza. San Marcos, cap. 14.

Bajo una choza en las afueras del pueblo, agoniza la señora Aurelia.

El joven párroco enciende de afán su motocicleta y se pierde entre la calle polvorienta: El cuerpo de Cristo. La anciana apenas puede recibir un fragmento del Pan consagrado, ayudada de un sorbo de agua. Enseguida cierra los ojos, para abrirlos unos minutos más tarde a la luz de la gloria.

Pero ese trozo de pan ázimo, el Santísimo Sacramento del Altar, tiene una prehistoria. El domingo anterior ante un grupo de fieles, el sacerdote se había inclinado sobre el altar, para repetir un texto que nos transmite el Evangelio. La víspera de su pasión, estando a la mesa con sus discípulos, Jesús tomó el pan y les dijo: Tomad, esto es mi Cuerpo. Y luego, alzando la copa llena de vino: Tomad y bebed, este el cáliz de mi Sangre.

Entonces los presentes respondieron: Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas.

Las primeras comunidades cristianas comprendieron que compartir un poco de pan y un sorbo de vino, era la mejor forma de hacer presente entre ellos a Jesús, muerto y resucitado.

Por lo cual se congregaban al amanecer del día primero de la semana, nuestro actual domingo, para escuchar a alguno de los apóstoles. Oraban juntos, presentaban las necesidades de la comunidad y hacían una colecta a favor de los más pobres. En ciertas ocasiones se enviaba el Pan consagrado a los enfermos, o a los encarcelados. De allí nació nuestra Misa, la cual a través del tiempo ha sido adornada con diversos elementos.

Cada Jueves Santo la Iglesia se recoge en oración, para conmemorar la institución de la Eucaristía y del sacerdocio del Nuevo Testamento. Para profundizar en el mandamiento del amor.

Pero desde la Edad Media, fieles y clérigos propusieron un modo más solemne para honrar el Sacramento del Altar. Esta es la festividad del Corpus Christi.

Un aspecto importante de la Eucaristía es también su condición de Alianza. Desde el tiempo de los patriarcas, comer en compañía significó corroborar la amistad y los compromisos. Luego, durante la peregrinación por el desierto, Dios ratificó el pacto hecho con Israel desde siglos atrás: Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo. Cuenta el libro del Éxodo que unos jóvenes inmolaron entonces víctimas sobre un altar improvisado. Y Moisés regó con sangre a los presentes, mientras les decía: Esta es la alianza de Yahvé.

Para confirmar un compromiso, nosotros estampamos la firma al pie de un documento, con nuestra propia mano. Lo cual para un semita hubiera sido un signo muy pobre.

La Eucaristía es entonces un gesto instituido por el mismo Cristo, para que cada uno y también la comunidad creyente, renueve su alianza de amor con el Señor. Dios ratifica a su vez su pacto hacia nosotros, para continuar creando y perfeccionando con nuestra ayuda, el universo.

Participar en la Misa es entonces ratificar una alianza estratégica entre Dios y nosotros. Así sea en un recinto incómodo, con cantos muy deficientes, entre signos muy pobres.