Solemnidad: Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Ciclo B
San Marcos 14,12-16.22-26: Recuerdos son amoresAutor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto)
“Dijo Jesús: Yo soy
el pan vivo bajado del cielo: Quien come de este pan vivirá para siempre”. San
Juan, cap. 6.
El amor contiene un
ingrediente esencial que es el recuerdo. Sin el constante ejercicio de la
memoria todo afecto se marchita y muere. Por esto el lenguaje de los enamorados
repite mil veces: “No me olvides”. Una expresión que busca apoyo en el regalo de
la última cita.
También la fe, para
avanzar, exige el recuerdo vivo del Señor. La fiesta de la Pascua volvía a
grabar en las mentes judías que Yahvé los había liberado de Egipto. Y los
profetas gastaban su voz, procurando que el pueblo no olvidara las hazañas de
Dios a favor suyo.
Jesús, como buen judío,
cada año celebraba la cena pascual. Y aquella noche de su despedida, él era el
padre de familia que presidía la mesa, entre un grupo selecto de amigos.
Los evangelistas cuentan
cómo el Señor alteró un poco el ritual tradicional. Presentó a sus discípulos un
trozo de pan y una copa de vino, señalando que este sería el signo de una nueva
alianza con quienes creyeran en él. Enseguida les ordenó repetir este gesto en
su memoria.
Entonces los discípulos
pudieron comprender mejor los largos discursos sobre el pan de vida, que Jesús
había recitado anteriormente. El Señor había dicho que es necesario comer su
Cuerpo y beber su Sangre, para alcanzar la resurrección y la dicha.
Las primeras comunidades
cristianas se reunían el primer día de la semana, muy de madrugada, o al
comenzar la noche. Un apóstol o el anciano del grupo, contaba de nuevo el relato
de la despedida del Señor y repartía el pan y el vino entre los asistentes. Esta
asamblea comenzó a llamarse Eucaristía, lo cual significa acción de gracias. Y
luego la nombraron memorial.
Todos sentían la presencia
del Maestro resucitado que reanimaba su caminar en la fe. Hacían mención de
quienes habían dado la vida por el Evangelio. Rogaban por los ausentes y los
viajeros. Se preocupaban de los enfermos y los encarcelados. Y, sobre el egoísmo
y las tensiones de todo grupo humano, trataban de mantener un solo corazón y una
sola alma. Nuestra Misa nació en esta Iglesia primitiva que conservaba fresco el
recuerdo de Jesús resucitado.
Este gesto de compartir el
pan y el vino es la mejor manera de hacer presente al Señor, en cada una de
nuestras circunstancias. “Oh sagrado banquete, reza una antífona tradicional de
la Iglesia, en el cual se come a Cristo. Allí recordamos con gratitud su pasión.
La mente se nos llena de gracia y se nos da una prenda de la futura felicidad”.
Es el recuerdo un esforzado
caballero, que pretende desafiar el tiempo y el espacio. Pero bien conocemos su
fragilidad. El viento de la vida lo golpea. Lo vencen los pesares. De allí que
el hombre haya inventado los menhires, las estatuas, los libros de historia, las
inscripciones en la piedra o el bronce. Para fortalecer y prolongar su
existencia.
En buena hora nos dio Jesús
su memorial. Para que seamos testigos de cuanto El ha hecho por amarnos. Para
que recordemos esas pequeñas glorias que hemos conquistado, cuando
correspondemos a su amor.