XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 5,21-24.35-43: Un Dios que no marginaAutor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto)
Un Dios que no margina
“Una mujer que padecía
flujos de sangre desde hacía doce años, oyó hablar de Jesús y acercándose entre
la gente, le tocó al Señor la orla del manto”. San Marcos, cap. 5.
Las religiones orientales
le negaban a la mujer su naturaleza racional. Platón no encuentra sitio para
ella en su organización social. Y el judaísmo se manifestó siempre como una
religión de varones. Más aún, en el idioma del Antiguo Testamento, las palabras
piadoso, justo y santo no tienen femenino.
Puesto que todos somos
hijos del mismo Padre de los Cielos, Jesús coloca a hombres y mujeres en el
mismo nivel. Y se preocupa minuciosamente de ellas durante su vida pública. Un
grupo femenino seguía al Maestro por pueblos y ciudades. Algo inconcebible para
los rabinos de entonces que prohibían hablar con una mujer fuera de casa. Además
numerosos milagros del Señor tienen como destinatarias a las mujeres.
San Marcos cuenta que un
centurión le ruega al Maestro por su hija, “que está en las últimas”. Y Jesús,
en vez de sanarla a distancia, como hizo en otras ocasiones, va a la casa de la
enferma que desafortunadamente ya ha muerto. Sin embargo, el Señor se acerca al
lecho, toma a la niña de la mano y la resucita.
Pero durante el trayecto
hasta la casa del centurión, ocurre algo sorprendente. Una mujer que padecía
flujos de sangre hacía doce años, había oído hablar de Jesús. Su enfermedad era
incurable ante la medicina de entonces y además la mantenía impura ante la ley.
Pero ella pensaba: Si al menos puedo tocar la franja de su vestido, me sanaré.
Esta franja se componía de
unas borlas de lana blanca y azul, prendidas a los cuatro ángulos del manto que
usaban los hombres. Dichos adornos recordaban al judío piadoso los mandamientos
del Señor.
La enferma logra llegar
hasta Jesús, entre la multitud que lo aprieta, y de inmediato se siente curada.
Ningún evangelista vuelve a recordar a esta mujer, pero un apócrifo señala que
se llamaba Verónica, la misma que enjugó el rostro del Señor, camino del
Calvario.
El Maestro le añade a
aquella curación un poco de drama: “¿Quién me ha tocado?” pregunta a los
discípulos. Ellos le responden: “Ves toda esta gente que te empuja y preguntas:
¿Quién me ha tocado?” Pero la intención del Señor era encontrarse personalmente
con la mujer. Ella, temerosa y temblando, va a postrarse ante Jesús y le cuenta
todo lo sucedido. Imaginamos la actitud cariñosa del Maestro, que luego le dice:
“Hija, tu fe te ha curado”.
Mientras muchos de nosotros
nos pasamos la vida catalogando pecados y pecadores, Jesús viene a salvarnos,
sin acepción de personas. Su amor derriba los muros, traspasa las fronteras,
para lograr que todos nos sintamos hijos de Dios y lo manifestemos con nuestra
conducta.
-¿Por qué te viniste de tu
tierra?, preguntaba una mujer a la joven misionera, en una aldea de Camerún. La
misionera esboza una sonrisa y dice amablemente: - He venido porque yo soy hija
de un Dios que a todos nos ama. - ¿Y a nosotras también, repuso la mujer, a
nosotras que no le conocemos?.
- También a ustedes,
insistió la religiosa, mientras a aquella mujer africana se le iluminaba el
rostro, bajo las lágrimas.