XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6,1-6: El hijo de la obreraAutor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto)
El hijo de la obrera
“La multitud
que oía a Jesús se preguntaba asombrada ¿No es éste el carpintero, el hijo de
Maria? Y desconfiaban de él”. San Marcos, cap. 6.
Nos sorprende la Biblia
cuando nos muestra a un Dios que realiza trabajos de siervo. Jeremías y San
Pablo lo llaman alfarero. Isaías nos lo muestra cómo viñador, que cava la viña y
la defiende con vallados.
Durante su vida oculta,
Cristo además practicará el oficio de carpintero. Cómo tal lo identifican sus
paisanos de Nazaret.
En su predicación se
compara a sí mismo con el sembrador, que sale de mañana a esparcir la semilla.
Con el médico, que no busca a los sanos sino a los enfermos. Con el pastor, que
rescata las ovejas extraviadas. Con el leñador, que corta para el fuego los
árboles inútiles.
Orígenes, un escritor del
siglo II, consideraba un elogio el reproche de Celso a los cristianos: "Adoran
al hijo de una obrera". Y Cristo nos asegura en el capítulo quinto de San Juan:
"Mi padre trabaja y yo también trabajo".
San Pablo les escribe a los
Corintios: "Somos colaboradores de Dios..." Entonces el mundo es una obra
maravillosa, pero aún inconclusa. Y el Señor nos da la oportunidad de
terminarla.
Surgen de ahí las diversas
tareas humanas, dignas todas de admiración y de respeto.
Madrugan las
lavanderas a su faena, el herrero a su forja. Mece el pescador sus redes sobre
el estero. Se despiertan los astronautas en su camino de vértigo. El
saltimbanqui se balancea en su trapecio. Logra la telefonista poner en
comunicación a los amigos. Aísla el científico un nuevo virus. Vuelve la maestra
a trazar la "be labial"
sobre el cuaderno de un muchacho campesino.
Acude el socorrista
pretendiendo ganarle la carrera a la muerte. Regresa el ascensorista al undécimo
piso. Teje la madre para el hijo que ya llega.
Piensa el sacerdote en el
mensaje de la misa vespertina. Sueña el gobernante con un futuro mejor para su
pueblo.
La abuela amasa el pan. La
enfermera atraviesa sigilosa- mente el pasillo. Ora la monja contemplativa. El
tractorista remueve la montaña. Golpea el zapatero la suela por centésima vez.
Estrena un niño su juguete mecánico.
Aporta cada uno de nosotros
su tributo de dolor y de cansancio al mejoramiento del mundo y Dios sonríe,
contemplando el esfuerzo perseverante de sus hijos.
Nos cuenta el Génesis que,
cada tarde, en los días de la creación, el Señor contemplaba su obra y veía que
era buena. De esta manera nos enseñó a mirar con satisfacción nuestro trabajo:
No es un castigo. Es una admirable oportunidad de realizarnos, de avanzar, de
crecer, de proyectarnos hacia otros valores, de ayudarle a Dios a terminar el
mundo.