XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6,1-6:
¿No es éste el carpintero?

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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¿No es éste el carpintero?

 

“La gente de Nazaret se preguntaba con asombro: ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de Judas y Simón? San Marcos, cap. 6.

 

Desde el comienzo de la Iglesia, los teólogos y pensadores cristianos se han preguntado con insistencia: ¿Quién es Jesús de Nazaret?

 

A comienzos del Siglo V, Nestorio y Eutiques explicaron, cada uno a su modo, su pensamiento sobre el Señor.  Pero no lograron integrar en la persona del Maestro, de una manera conveniente lo divino y lo humano.

 

Toda esta reflexión teológica se proyectó en la vida de la Iglesia, en las comunidades creyentes, en el culto, en la tarea pastoral. Hoy también nos preguntamos: ¿Quién es para nosotros Jesucristo?

 

Si solamente lo entendemos como el carpintero, el profeta de Nazaret, el revolucionario, el líder que se alza contra lo establecido, el liberador político, el instaurador de un nuevo orden económico, nuestra vida cristiana se quedará escasa y sin horizontes, como un ave cautiva. Porque el hombre de hoy –y de siempre– no es tan sólo lucha de clases, angustia temporal, ansia de bienestar y de dinero, un animal político.  Es mucho más: Sentimos anhelos más profundos, necesidades más hondas. Buscamos proyectos más trascendentales, deseos de bien y de justicia que no pueden llenarse con códigos y cifras, extractos bancarios, acuerdos políticos, planes quinquenales, modelos de desarrollo... Necesitamos amar y esperar, resolver con urgencia el problema del mal, del pecado y de la muerte. Por esto, aunque no entendemos a Dios, a todas horas lo buscamos a través de Jesucristo, que es Dios, pero que se ha hecho igual en todo a nosotros, menos en el pecado.

 

El culto cristiano, aunque muchas veces no comprendido, nos acerca al Señor. También lo hace la religiosidad popular que es un esfuerzo por encontrar a Dios, a través de la compresión de los sencillos.

 

Pero otras veces nos colocamos en el extremo opuesto. Nos confunde que Jesús sea verdadero hombre. Quisiéramos excusarlo de haber asumido toda nuestra pobre humanidad. Mas sin ella no habría existido redención.

 

Cuando comprendemos integralmente a Jesucristo, nuestro cuerpo, unido con el suyo, se diviniza, como también la cuna de Belén, las barcas del Tiberíades, el perfume de Magdalena, la moneda del tributo, los panes y los peces, las camillas de los enfermos, el lodo para ungir el ciego, el pan y el vino, el madero de la cruz, las cien libras de ungüento que embalsaman al amigo difunto y esos viejos pergaminos en los cuales unos judíos no muy letrados consignaron la historia del Maestro.

 

Santa Teresa advertía a sus monjas con su natural gracejo castellano: “Dios anda entre los peroles”.  Ese Dios infinito que se hizo hombre en Jesús camina por todos los rincones de mi casa y les ha dado a las cosas, a mi cuerpo, a mi trabajo, a mis manos, al arte, a la liturgia, un misterioso poder sacramental.

 

¿No es éste el carpintero? Sí, porque Dios no se disfrazó de hombre. Se hizo hombre para acercarnos a su divinidad y así Dios entró definitivamente en la historia del hombre y cada uno de nosotros, en la historia de Dios.