Otras contabilidades

Domingo III de Cuaresma, Ciclo C

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Jesús les dijo: Alguien tenía plantada en su viña una higuera, y fue a buscar fruto en ella, pero no lo encontró. Dijo entonces al viñador. Arráncala. Llevo tres años viniendo a buscar fruto y no lo encuentro”. San Lucas, cap. 13.

El libro de la vida del cual nos habla el Apocalipsis, podría explicarse como la memoria de Dios hacia las obras buenas de sus hijos. Y acercando esta expresión al evangelio de San Mateo, entendemos que el Señor va consignando va consignando allí las veces que hemos dado de comer, de beber, o hemos vestido a alguien necesitado.

Todo ello nos ratifica que una fe cristiana madura ha de producir resultados. Talvez no en su sentido comercial y contable, pero sí frutos de buenas obras: “Así como el cuerpo sin espíritu está muerto, dice el apóstol Santiago, la fe sin obras está muerta”.

Esto lo aprendemos también de una corta parábola que nos trae san Lucas: “Alguien tenía plantada en su viña una higuera y fue a buscar fruto en ella”. Ésta era en oriente un árbol de unos cinco a ocho metros de altura, cuyos frutos se comían crudos, o untados de miel y secos al sol. También se usaban para sanar heridas.

La higuera hace presencia en la Biblia desde el Génesis. Con sus hojas cubrieron su desnudez nuestros primeros padres, luego del pecado. Más tarde se convirtió en símbolo de prosperidad para el pueblo. El libro II de los Reyes resalta la alegría de un judío, cuando pueda sentarse a comer a la sombra de su higuera.

Cuenta el evangelista que el dueño de la viña miró el árbol, al cual había acudido varias veces, sin encontrarle frutos. La sentencia fue entonces perentoria: “Córtala. ¿Para qué ocupa lugar?”. Pero el mayordomo intercede: “Déjala todavía un año. Yo cavaré alrededor y le echaré estiércol”.

Sobre este incidente, algún rabino hubiera podido inventar el salmo 102: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas.”

De parte de Dios siempre hay una prórroga, una oportunidad para quienes deseamos mejorar. Sin embargo, hay una fecha final donde es necesario presentar resultados: “Si no da frutos, el año que viene la cortarás”. Teniendo en cuenta además que los calendarios de Dios son muy distintos a los nuestros. Y también diferentes sus relojes.

San Marcos convierte esta parábola en un hecho real, con distinto desenlace: Jesús madruga desde Betania y de camino encuentra una higuera. Al no encontrarle frutos, la maldice.

Hoy podríamos entonces preguntarnos: ¿Para qué ocupamos lugar en la sociedad, en la Iglesia, o quizás en la misma familia? ¿Qué mostrarán esas contabilidades dónde Dios consigna nuestros frutos?

En los catecismos nos enseñan sobre los dones y los frutos del Espíritu Santo. Los primeros son regalos de lo alto, que califican nuestra vida, si abrimos el corazón a Dios. Los segundos, actitudes, realizaciones que nos enriquecen, nacidas de una continua amistad con Él.

Espigando en las cartas de San Pablo podemos enumerar doce frutos. Tal vez ya los tenemos, pero conviene abonar nuestra higuera, para mejorar la cosecha. Son ellos amor, paz, generosidad, benevolencia, fe, limpieza de corazón, alegría, paciencia, bondad, mansedumbre, modestia y castidad.