XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6,30-34:
Ese lugar secreto

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor”. San Marcos, cap. 6.

Los mahometanos emplean noventa y nueve nombres para invocar a Dios. Pero confiesan que existe uno más, desconocido, el único que puede definir a Alá.

También la Biblia, para acercarnos al Señor, le da infinitos nombres. Los beduinos, apunta un escritor, usan diez términos distintos para nombrar la arena. Los esquimales, veinte para el hielo y más de cuarenta para llamar la nieve.

Uno de aquellos nombres de Dios, el que más descanso nos trae, se refiere a su misericordia. Y la etimología enseña que misericordioso, es un corazón inclinado a las miserias del prójimo.

San Marcos cuenta que, al regresar los Doce de su primera correría, Jesús les dice: “Venid vosotros solos a un sitio a descansar un poco”, porque mucha gente los seguía, sin dejarles momento para comer.

Sin embargo aquella compasión del Señor por sus discípulos se desborda en seguida hacia la multitud. “Jesús vio aquella gente numerosa y sintió lástima, porque andaban como ovejas sin pastor”. Aquí el evangelista usa un término que literalmente significa “se conmovió en sus entrañas”. Y añade una comparación campesina, muy usada ya por los antiguos profetas. El pueblo escogido, en muchas coyunturas de su historia, parecía un rebaño abandonado por sus pastores.

Charles Peguy, hablando de la misericordia de Dios, nos dice: “Había una gran procesión y a la cabeza iban las tres parábolas mayores: La oveja perdida, la dracma perdida, el hijo perdido. Todas las parábolas son bellas. Todas ellas vienen del corazón y van al corazón Pero aquellas que cuentan la compasión del Señor son frescas, como niñas. Jamás gastadas ni envejecidas. En tanto haya cristianos, es decir eternamente, habrá para esas parábolas un lugar secreto en el corazón de los hombres”.

Cabría entonces descender a ese lugar secreto. Para que la bondad de Dios no sea solamente un bello título, sino un programa que a muchos nos transforme. También desde ese lugar secreto podemos gritar: Yo he pecado. He sido ingrato con mi Señor. Malgasté mi salud, mi dinero, mis capacidades. He atropellado muchas veces al prójimo. Yo puse el egoísmo como bandera de todo lo mío. Arruiné mi familia, a causa del vicio…

“ Y ya no es hora de aprender”, como escribió Barba Jacob. Entonces un amargo sentimiento de frustración nos invade. Y para muchos ya no queda sino morir, haciéndole un gesto de horror a la existencia.

Pero si bajo el rescoldo del alma queda un poco de fe, no todo está perdido. Todavía hay esperanza, porque la misericordia del Señor no tiene fin . San Pablo, escribiéndole a Tito, registra la presencia de Dios sobre la tierra como la “aparición de la bondad y el amor del Señor, para salvarnos”. “También nosotros fuimos algún tiempo insensatos, desobedientes, esclavos de toda suerte de pasiones y placeres, viviendo en malicia y envidia, aborreciéndonos unos a otros”.

Tocaría entonces levantar el corazón, desde el lugar secreto de nuestra intimidad y presentarlo al Dios paciente y compasivo. El es siempre bondad, pero para ponerlo en práctica, necesita como materia prima de su misericordia, le presentemos todas nuestras penurias y desgracias.