Cinco verbos inmensos

Domingo IV de Cuaresma, Ciclo C

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Cuando todavía el muchacho estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió. Echando a correr se le echó a cuello y se puso a besarlo”. San Lucas, cap. 15.

En muchas partes de la Biblia la acción de Dios no se pondera con adjetivos. Se enfatiza repitiendo verbos. Así lo comprobamos en esta página de San Lucas.

Pero conviene advertir que si descubrimos el mensaje profundo de esta página de san Lucas, la parábola que hemos llamado “Del Hijo pródigo”, cambia inmediatamente de nombre. Es la historia de un Padre Misericordioso, donde Jesús nos dibujó, con rasgos maravillosos al Dios de los cristianos.

Aquel hijo había dilapidado todos sus bienes, llegando a la peor situación imaginada para un judío: Alquilarse a un pagano, quien lo manda a cuidar puercos, animales inmundos por excelencia, encarnación del mismo demonio. Y todavía más: A este miserable, “le entraban ganas de llenarse el estómago con las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba”.

Con pulso magistral continúa el evangelista: El muchacho desarrapado y hambriento vuelve en sí: “Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen pan en abundancia”. Concibe entonces un plan de emergencia con un solo objetivo: Saciar sus hambres. No le importó renunciar a su condición de hijo: “Iré donde mi padre y le diré: Trátame como uno de tus jornaleros”.

Viene entonces el versículo 20, la parte más hermosa del relato, la que más nos conmueve el corazón. Que se callen entonces los demás versos de la Biblia. Que guarden silencio todos sus personajes. Va a darse aquí una manifestación solemnísima de Dios. Apenas comparable con aquella que ocurrió en el Horeb, ante una zarza que ardía sin consumirse. Allá se reveló a Moisés “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”. Aquí se nos muestra de cuerpo entero, “el Dios de Nuestro Señor Jesucristo”, como repetía san Pablo en sus cartas.

“Cuando todavía estaba lejos el muchacho, su padre lo vio – así saben hacerlo quienes aman- y se conmovió; y echando a correr se le echó al cuello y se puso a besarlo”. Cinco verbos inmensos. Pero ni una palabra ante la angustiosa propuesta del hijo: “Trátame como a uno de tus jornaleros”. Ni el ofrecimiento de un contrato, así fuera benigno, para resarcir el desfalco paterno. Nada en absoluto. Sólo órdenes presurosas que organizan la fiesta de acogida: Sacad el mejor traje. Ponedle el anillo y las sandalias. Matad el ternero cebado. Que llegue pronto la orquesta. “Porque este hijo estaba muerto y ha revivido. Estaba perdido y lo hemos encontrado”.

Quienes hemos pecado - y gravemente - gustamos con mayor asombro esta infinita bondad de nuestro Dios. De un lado el mal que nos ha abrasado el corazón. Del otro, un amor sin límites que desea abrazarnos para siempre.

“El regreso el Hijo Pródigo” es una obra de Rembrandt, que se exhibe en el museo L´Hermitage de Moscú. Nos presenta a un anciano, casi ciego, que acoge a un muchacho harapiento, poniéndole las manos en los hombros. Pero resalta un detalle sorprendente: La mano derecha de aquel padre es totalmente femenina. La izquierda, segura y vigorosa, es masculina. Porque Dios es padre creador, ordenador y poderoso y a la vez, dulce y tierno, al igual que una madre.