XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6,1-15:
Tabla de multiplicar

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados. Lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Sólo los hombres eran unos cinco mil”. San Juan, cap. 6.

Cuatro los puntos cardinales que procuran delimitar el universo. Cuatro los elementos que, según el pensamiento griego, dieron comienzo al mundo. Cuatro las estaciones, señoras del paisaje y nodrizas de la vida y del tiempo. Y cuatro las operaciones aritméticas, principio y fundamento de toda ciencia matemática.

A sumar y a restar aprendimos con reducido esfuerzo. Bastaba tomarnos los dedos de las manos y mirar de reojo hacia los pies descalzos. Pero llegando a la multiplicación, tuvimos que estudiar la tabla respectiva y atizar la memoria. Pero siempre fue hermoso multiplicar. Las cifran se agrandaban como por encanto, y manzanas, ovejas y juguetes parecían surgir desde la nada.

Para un cristiano es indispensable saber multiplicar. Jesús nos dijo que había venido a traernos vida, pero vida abundante. Lo cual requiere multiplicar a diario dones y frutos del Espíritu, obras de misericordia y bienaventuranzas.

Un día el Maestro había prolongado más de la cuenta su discurso. San Juan anota que unos cinco mil hombres le escuchaban, fuera de las mujeres y los niños. Esta cifra nos sitúa en un tiempo cercano a la Pascua, cuando los mayores de catorce años debían peregrinar a Jerusalén. Los pequeños y las mujeres podían acompañarlos a voluntad.

Y aquella multitud tenía hambre. Un muchacho llevaba consigo cinco panes de cebada y dos pescados. San Andrés se da cuenta, pero exclama en seguida: ¿Qué es esto para tantos?

Entonces Jesús manda que todos se sienten en el prado. Comenzaba la primavera y en el sitio había mucha hierba. Jesús recita la acción de gracias y ayudado de los apóstoles, reparte los panes y el pescado. Todos comieron hasta saciarse, llenando luego con las sobras doce canastas.

Con un signo amplio, generoso, que no exige compensación, Jesús nos enseña una peculiar matemática: Multiplicar para compartir. Hemos de multiplicar el pan, día a día, según cada oficio o profesión. Para nuestra familia y para cuantos sufren necesidad. Con igual corazón. Con la certeza de que le Señor respalda nuestro esfuerzo.

El Maestro une aquí su Palabra de salvación con el pan corporal, porque ella y él se intercambian significados. La palabra de Dios es alimento. El pan que repartimos es Palabra también. No valen para Jesús los separatismos de quienes reparten su palabra, pero se palabra y se olvidan de dar pan. O de aquellos que, obsesionados por el pan, dejan para otro día la palabra de Dios.

Por todo ellos en necesario aprender a multiplicar el amor, la ternura, la acogida, los mensajes positivos, los puestos de trabajo, el entusiasmo de vivir, el perdón, la esperanza. Cuántas veces hemos dividido todo esto, quedándonos sólo con una escasa parte, congelada dentro del corazón.

Al evaluar lo nuestro, se nos viene a los labios la expresión del apóstol Andrés: ¿Qué es esto para tantos?. Pero no importa. Juan Pablo II nos enseña que la fe se fortalece dándola. Lo mismo sucede con los bienes materiales y con aquellos del alma. Se multiplican en la medida en que los compartimos.