XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 41-51:
¿Mahatma Jesús?

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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 “Les dijo Jesús: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre”. San Juan, cap. 6.

No son pocos, aún entre los bautizados, quienes consideran a Cristo como un sabio que explica los secretos del hombre y de la vida. Otros lo creen un filósofo, cuyo ejemplo nos motiva a rechazar el egoísmo y la violencia. Algunos más lo reducen a una especie gurú judío, cuya apacible compasión los atrae. Simpatizan con su club religioso y sienten que algunos elementos cristianos les confieren cierto lustre social.

Pero Jesús es mucho más. Ante todo es el Dios- con -nosotros. Y además, como lo presenta san Juan en su Evangelio, el pan que nos da vida eterna.

Los discípulos del Señor recordaban a Elías, uno de los grandes profetas de Israel. Cuando agotado por su peregrinaje se echó a la sombra de una retama, deseando morir, un ángel le trajo del cielo pan cocido y una jarra de agua. Con este refrigerio pudo proseguir hasta el Horeb.

Aquel variado auditorio sabía también del maná, el misterioso alimento con que Dios sustentó a su pueblo en el desierto. En la sinagoga lo llamaban “pan del cielo”. Y además, pocas semanas antes, Jesús había saciado el hambre de una abundante multitud.

Estaba dispuesto el ambiente para la enseñanza del Maestro: “Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo. Quien coma de este pan no morirá para siempre”.

El Señor se presenta como el pan que da a quien lo come, vida eterna. Un pan que viene de lo alto. Una vida superior, que vence todos los dolores y se prolonga más allá de la muerte.

Dios no sólo quiso hacerse compañero, hermano, amigo, salvador. Quiere más de nosotros. Que lo comamos como un alimento.

Los habitantes del desierto africano, cuando descubren que alguien viene hacia ellos, se alegran. Es una bendición de Enkai. Entonces prenden fuego y se disponen a compartir sus viandas con el visitante. Para ellos compartir el pan es compartir la vida. Y compartir la vida los hacer crecer y estar más fuertes.

El cristiano descubre que Jesús ha venido a su encuentro. Es necesario entonces mantener encendido el corazón. Y al compartir con el Señor, El se nos da como pan de vida eterna.

Pero se requiere un encuentro. Encuentro grupal, como el que realizamos en la comunidad creyente. Pero ante todo un encuentro personal. No basta solamente saber de Cristo, admirar su sabiduría, asombrarnos de su misericordia. No basta adornar nuestra vida con ciertos signos cristianos. Se requiere comerlo como un pan. Es decir asimilar a Jesús y a sus valores, de tal manera que El se vuelva vida de nuestra vida.

De este modo, nuestra precaria vida se va cambiando en vida eterna. Esa que relativiza tantas cosas. Que no se deja vencer por los fracasos. Que comprende lo frágil del pecado frente al amor de Dios. Esa que mira la muerte con los ojos abiertos, por una enorme e inmarcesible esperanza.

Si apenas tenemos vida temporal, nos pasamos el tiempo semivivos, o mejor semimuertos, como aquel samaritano a quienes unos bandidos despojaron entre Jerusalén y Jericó.