XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6,24-35:
Una común unión

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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 ““Dijo entonces Jesús: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mí no pasará nunca sed”. San Juan, cap. 6.

La distancia, o mejor la diferencia, entre lo natural y lo sobrenatural nadie nos la ha explicado a satisfacción. Pero Jesús en sus predicaciones trató de acercar el cielo a nosotros. En otras palabras, aproximar los deseos y proyectos de Dios a nuestras diarias preocupaciones.

Todo ello tiene un nombre en nuestro lenguaje religioso. Se llama comunión. Y muchos recordamos aquel fervor, ungido de temores, que nos envolvió el día de nuestra Primera Comunión.

Porque la Eucaristía es un signo sensible y calificado por el cual nos unimos al Señor Jesús y Él se une a nosotros. Una común unión que el Maestro explicó en diversas ocasiones. Especialmente en el capítulo sexto de san Juan.

De entrada el Señor les habla a sus discípulos del maná, aquel alimento milagroso que Dios envió a los israelitas en el desierto.

¿Qué era propiamente el maná?. Se dan varias teorías. Algunos lo presentan como la cera de unos arbustos, que aquellos hambrientos peregrinos recogían cada mañana. Otros afirman que se trata de una miel sólida, segregada por ciertos insectos parecidos a las abejas. Pero detrás de todo ello estuvo el querer de Dios. Sobre el cual distinguimos un hecho histórico y su posterior interpretación.

Jesús les indica a sus discípulos que el pan que ahora les promete, es algo más que aquel maná. Éste sí es el Pan bajado del cielo.

Pocos días antes el Maestro había multiplicado el pan y los pescados. Así llamaba la atención de sus seguidores hacia quién era Él. Los motivaba a entender más allá de sus palabras, más allá de un pan material y de una bebida física.


Sin embargo, imaginamos que los discípulos no entendieron todavía de manera suficiente. Aclararían un poco ese mensaje durante la cena de despedida, cuando Jesús les ofreció su Cuerpo y su Sangre. Algo más captarían, luego de la Ascensión del Señor, cuando se reunían en las primeras comunidades para recordar al Maestro, compartiendo un poco de pan y un poco de vino.


Pero habría una etapa posterior, la de la vida. Cuando en sus peripecias apostólicas sentían que el Señor estaba con ellos y ellos estaban de forma indisoluble unidos a Él. Esta es la meta a la cual aspiramos cuantos participamos del Cuerpo del Señor en nuestras celebraciones eucarísticas. Hasta poder afirmar con san Pablo: “Mi vivir es Cristo”.

Remediar las hambres del camino. “El que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mí no pasará nunca sed”, dice Jesús. Pero a la vez, proyectarnos a un nivel superior de existencia: Les dice también: “Trabajad no por el alimento que perece, sino por que perdura, dando vida eterna”.

En la carta a los efesios san Pablo les señala que Cristo ha hecho de judíos y gentiles un solo pueblo, derribando el muro que los separaba.

Forzando un poco el texto, podemos afirmar que cuando recibimos el Pan de vida, se unen también en nosotros todo lo divino y lo humano. Dios anuda en lo interior de cada creyente, su grandeza con nuestra pequeñez. Su ternura maternal con nuestros dolorosos desencantos.