XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 51-58: Dios era una hogaza

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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 “Dijo Jesús: El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. San Juan, cap. 6.

Escribe J. L. Martín Descalzo, reburujando en sus recuerdos de infancia: “Entonces para mí Dios era una hogaza”. Su familia, como tantas de España en la posguerra, alcanzaban apenas recibir pan negro. Pero su madre mantenía la obsesión de que éste no podía ser para los niños. Y se las arreglaba para conseguirles pan tierno y bienoliente. Hogazas que tenían una corteza como de árbol y por dentro miga esponjosa. Aquel pan, decían en casa, nos lo enviaban del Cielo. Y añade el autor: “Creo que en estos recuerdos está la base de mi fe en Dios y en los hombres”.

El Evangelio de san Juan aparece a finales del siglo I. Ya circulaban por las comunidades cristianas las cartas de san Pablo y los relatos de los demás evangelistas. Ayudado por algunos discípulos, el apóstol redacta una reflexión más elaborada sobre la persona de Jesús y su mensaje. De ahí los amplios discursos que encontramos en su escrito. Entre ellos el relativo al Pan de Vida.

El Maestro le ha dicho a su auditorio: Si me aceptan a mí como Hijo de Dios yo los cambiaré desde el interior, como lo hace un alimento. Y enseguida anuncia que nos dará un signo para verificar esta simbiosis entre Dios y nosotros: “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida”.

Para muchos oyentes estas palabras del Maestro tenían sólo un sentido figurado.

Ante lo cual Jesús insiste en lo real de su entrega. En la necesidad de comerlo.

Las palabras griegas que emplea san Juan para contarnos esta enseñanza llevan obligatoriamente a un sentido real. El evangelista habla de algo tan físico como cuando nos dice, al comienzo de su Evangelio: “El Verbo de Dios se hizo carne.” Y luego trae un verbo que no equivale a comer, en general. Se trata de comer un alimento sólido, masticándolo.

El catequista que escribe estas líneas nos muestra cómo vivían la Eucaristía las primeras comunidades. Ya los cristianos se habían separado oficialmente del judaísmo, de sus ritos y costumbres. Estrenaban una liturgia nueva, en la fraternidad y en la sencillez. Se reunían por las casas para celebrar fraternalmente la cena del Señor. Rezaban juntos, compartían sus bienes y se sentían acompañados por Jesús.

Para un creyente el pan siempre le habla de Dios. El que traemos a la mesa familiar, con nuestro diario esfuerzo, es un regalo de la divina providencia. El que compartimos con los amigos repite el sacramento de la fraternidad. El que entregamos a los necesitados nos ayuda a imitar al Maestro. El de la Eucaristía nos motiva a construir, en todos los ambientes, la comunión según el Evangelio.

Por un efecto de resonancia Jesús, el Pan de Vida, nos transforma. Primero el corazón, la mente, todas nuestras obras. Enseguida la propia familia, la comunidad que nos acoge, el campo, la ciudad.

“Camilo, para poder crecer, tómate la sopa”. “Claudia, no se te olviden las vitaminas”. “Señora, usted necesita una dieta balanceada”. Dijo Jesús: “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.