XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 41-51: Con nuestros recortados lenguajes

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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 “Dijo entonces Jesús: Este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. San Juan, cap. 6.

“No moriré del todo”, escribía el poeta latino Horacio, esperando ser recordado por sus obras.

Pero la mayoría de nosotros moriremos dos veces. Primero por la muerte natural y en segundo lugar, por el olvido.

Frente a esta coyuntura se presenta Jesús, ofreciéndonos un pan que vence la muerte y ese Pan es su propio cuerpo. Para comprender un poco más, sería necesario adentrarnos en la cultura hebrea y en los idiomas que recogieron estos relatos al comienzo.

“Yo les daré a comer mi propia carne” ha de entenderse en un sentido de totalidad. Toda su persona, todo su ser. Cuando san Juan apunta en su Evangelio, que el Verbo se hizo carne, quiso decir que Dios tomó todo lo nuestro.

Santo Tomás de Aquino advierte que ante la Eucaristía , no hemos de procurar comprenderlo todo. Allí la mente cesa en sus intentos y avanzamos en la penumbra, guiados por la fe.

Conviene entender además que Jesús y luego los discípulos, sólo tenían para expresar cosas tan altas, nuestros recortados lenguajes. Nos han quedado unos textos recogidos por los evangelistas, que tratan de explicar lo inexplicable.

Muchas realidades de esta vida, como el amor, la ciencia, el arte, y obviamente las cosas de la fe, no pueden afrontarse únicamente desde la lógica, a un nivel ordinario. Todas ellas exigen un ímpetu, una elevación, para descubrir y disfrutar algo más excelente.

El Maestro con su predicación nos empuja a cada momento a mirar más allá de lo presente, de lo horizontal. Sólo así podemos contemplar ese Pan bajado del cielo, que es el Cuerpo del Señor Jesús.

Cuenta el Libro primero de los Reyes que el profeta Elías se encontraba desmotivado en su tarea, hasta el punto de pedir la muerte. El día siguiente al despertarse, vio a su lado un pan cocido y un jarro de agua. Y el ángel del Señor le dijo: Levántate y come que el camino es superior a tus fuerzas. Así pudo llegar hasta el monte Horeb.

También muchos creyentes hemos comprobado la fuerza que da la Eucaristía , para seguir adelante con nuestros deberes y nuestras cruces.

El cardenal Van Thuân, fallecido en Roma en 2002, estuvo encarcelado por el régimen comunista de Vietnam, más de trece años. En sus memorias escribió: “Mis amigos se ingeniaban para meter algo de pan, entre las ropas que me enviaban a la prisión. El vino entraba como remedio para mi mal de estómago. Celebraba cada día la Santa Misa con tres gotas de vino y una de agua en la palma de la mano. Fueron las Misas más bellas de mi vida. En la Eucaristía encontré fuerza para soportar mi cautiverio y para amar a mis carceleros”.

Pero vida eterna no es solamente aquella que, por gracia de Dios, gozaremos más allá de la muerte. Es también ese nivel de paz, de equilibrio, de fortaleza que tanto necesitamos en los ires y venires de esta tierra. Que es además garantía y presagio de cuanto Dios regala a sus hijos allá en el Reino.