XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 60-69: Creer en pretérito imperfectoAutor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto)
“Simón Pedro le
dice a Jesús: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.
Nosotros creemos”. San Juan, cap. 6.
“Diario del Padre Eterno”,
es un libro de Joaquín Peñalosa, que cuenta el desconcierto de Adán ante la
primera noche de la historia. Acostumbrado al gozo de la luz, cuando el mundo se
vistió de sombras, Adán pregunta a su Creador: ¿Permitiste que tu obra
naufragara, o me he quedado ciego de repente?.
En el camino hacia la
felicidad, que todos transitamos afanosos, se dan muchas horas de luz, pero de
pronto la noche nos envuelve.
Conviene entonces saber que
es un momento de esfuerzo y decisión. De allí podemos avanzar a una ruptura, o a
un encuentro más profundo con Dios. Con razón alguien, en una actitud de
esperanza, ha llamado las crisis dolores de crecimiento.
Quienes seguían a Cristo
sintieron que se les oscurecía el horizonte, al escuchar aquello de comer el
cuerpo de Jesús y de beber su sangre. Es inaceptable este discurso, dijeron. Y
desde entonces se apartaron del grupo.
No es descabellado pensar
que, además de aquella palabra del Señor, los desertores sufrían de muchos
miedos, frente al compromiso que Jesús les presentaba. Y aprovecharon la ocasión
para alejarse.
También a los actuales
seguidores de Cristo nos llegan horas de tiniebla. La fe se nos presenta como un
yugo. O como una estructura innecesaria. Entonces empezamos a conjugar el verbo
creer en pretérito imperfecto: Antes yo tenía mucha fe. Yo no tenía problemas y
era un cristiano convencido. En casa por ese tiempo practicábamos.
Todo lo cual es explicable.
Son tan frágiles nuestras bases religiosas. Es tan impersonal nuestro compromiso
cristiano, basado solamente en una tradición desteñida, o en un requisito social
de apariencias. ¿Quién de nosotros sabe responder de su fe? ¿Quién comprende el
sentido de su Bautismo? ¿Quién cultiva conscientemente su identidad cristiana?
Frente la deserción de los
discípulos, Jesús se vuelve hacia los Doce, preguntándoles: “¿También vosotros
queréis marcharos?”. Pedro, como es su costumbre, toma la vocería del grupo: “
Señor ¿a quién vamos a acudir?. Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros
creemos”.
Esto de ser fieles al Señor
es un regalo del Padre celestial a cuantos permanecen en actitud de honradez y
de búsqueda. Lo explica Jesús sus discípulos.
A un muchacho que quiso
peregrinar a Compostela, su padre le regaló una brújula. Era una joya, engastada
sobre una piedra burda, que guardaba - según decían- muchos gramos de oro.
El viajero se sentía feliz
y muy agradecido con su padre. Pero a los pocos días, sintió que aquella brújula
le pesaba demasiado. Por lo cual, la dejó abandonada en un hostal. Y prosiguió
su viaje, aliviada la alforja, donde guardaba solamente una manta, sus monedas y
avío para comer.
No nos sorprenda entonces
que poco después, unos pastores, también ellos peregrinos, hallaran al muchacho,
extraviado en el bosque y moribundo.
Si esta historia de pronto
nos motiva, recordemos que en el camino hacia la felicidad, se dan horas de luz
y horas de sombra. Pero la fe, como una brújula, orienta nuestros pasos.
Regresemos entonces con la oración de Pedro entre los labios: “Señor, ¿a quién
vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos”.