¿Cuándo gritarán las piedras?

Domingo de Ramos, Ciclo C

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Los discípulos aparejaron el pollino con sus mantos y le ayudaron a subir a Jesús. Y la multitud entusiasmada alababa a Dios: Bendito el que viene como Rey. Paz en el cielo y gloria en lo alto”. San Lucas, cap. 19.


“Ya viene el cortejo. Ya se oyen los claros clarines. La espada se anuncia con vivo reflejo; ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines”... Pero la entrada del Maestro a Jerusalén aquella mañana de Nizán, fue bien distinta a ésta que cantó Rubén Darío, el poeta nicaragüense.

Jesús, montado en un borrico prestado por unos amigos de Betfagé, avanza aquellos tres kilómetros, desde Betania hasta la capital. Mientras un grupo de peregrinos que llega a celebrar la Pascua, comienza a aclamarlo: “Bendito el que viene como Rey. Paz en el cielo y gloria en lo alto”, una expresión de san Lucas, que recuerda el canto de los ángeles en Belén.


Los más cercanos al Maestro alfombran con sus mantos el camino, como se usaba entonces ante los grandes personajes.
Los evangelistas apuntan además que muchos agitaban palmas y ramos de olivo. Estos estaban a la mano, mientras el grupo bajaba hacia el torrente Cedrón, antes de ganar la última cuesta. Palmeras, sin embargo, no había en Jerusalén, pero los vendedores las traían desde la cuenca del Jordán, en tiempos de fiesta.

A caballo, hubiera sido algo más propio para un triunfador, decimos nosotros. Sin embargo Jesús apenas acepta este homenaje, para probar que nadie le robará su vida, sino que la entregará voluntariamente. De otro lado, en el mundo semita los caballos presentaban una connotación pagana y agresiva. Varios reyes judíos habían tomado posesión de sus tierras, montados sobre mansos asnillos. Y Débora la profetisa, como leemos en el libro de los Jueces, canta a los triunfadores que “que cabalgan sobre borricas blancas”.

Pero la hostilidad contra Jesús ha subido de punto en esos días, cuando sus enemigos verifican que numerosa gente lo sigue. Mucho más por la resurrección de Lázaro que ha hecho eco en toda la región.

Por lo cual ese clima de alegría que arropaba la ciudad se ensombrece de pronto: Un grupo de fariseos no puede disimular su rabia. Sin atreverse a enfrentar la multitud, le ordenan al Maestro: “Reprende a tus discípulos”. La respuesta del Señor es tajante: “Os digo que si estos callan, gritarán las piedras”.

Quienes nos decimos creyentes hacemos hoy alguna sintonía con ese profeta, que un día llegó a Jerusalén, montado en un borrico. Viejos recuerdos que saben a nostalgia regresan a nuestra mente. Pero tal vez no más.

Sin embargo, Jesús de Nazaret es “la clave, el centro, el fin de todo lo humano”. Conviene, por lo tanto conviene, que en algún recodo del camino, o por las calles retorcidas de nuestra historia, nos dejemos encontrar por Él.

Casi dos millones de hombres lo consideran hoy su Dios. Él ha inspirado más de la mitad de las obras de arte que cubren la tierra. Conocerle no es por tanto un lujo o una curiosidad. Es algo esencial para todo aquel que se considere plenamente humano.

¿O seremos iguales a esas piedras que señaló el Maestro? Cuando callen los amigos creyentes, nos tocará entonces el turno, para aclamarle como nuestro único Dios y Salvador.