XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 51-58: Apenas hasta sobrevivir

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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 “Dijo entonces Jesús: Este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.  Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. San Juan,  cap. 6.   

 

La vida se comprueba en el movimiento, decían los antiguos. En el reino vegetal detectamos que se da germinación, crecimiento, florescencia, frutos.  Comprobamos también que los seres animales nacen, crecen, se reproducen y mueren. La vida humana se sitúa en otra dimensión, y aunque alumbrada por el pensamiento, también termina en la muerte.

 

Pero luego podríamos preguntar:  ¿Cómo será la vida de Dios?. La respuesta más sabia es que Dios no tiene vida. Él es la Vida, de la cual participamos todos los seres creados, cada cual a su propia medida.

 

Jesús, en su enseñanza sobre la Eucaristía, promete compartirnos su vida. Y para hacernos comprender cosas tan altas,  nos da un signo sensible, un trozo de pan: “Yo soy el pan de vida”.

 

Todos anhelamos vivir.  Vivir largo tiempo, manteniendo lo que ahora llamamos calidad de vida. Sin embargo, verificamos que  muchos se esfuerzan, trabajan, luchan, estudian, se incomodan, viajan apenas hasta sobrevivir. De allí nació aquel apelativo, bastante calumnioso por cierto, que le han dado a nuestro mundo: Este valle de lágrimas.

 

Pero la intención del Señor es que vivamos plenamente. Lo cual no equivale únicamente a respirar, a ejercitar los cinco sentidos, a alimentarse para luego reproducirse. Vivir es mucho más. Integra multitud de funciones. Y el Señor quiere darnos vida auténtica y en abundancia a quienes compartimos ese Pan bajado del cielo.

 

Cuando un  amigo me invita a su mesa, no desea solamente que yo consuma unos alimentos preparados con cariño y esmero. Espera compartir conmigo sentimientos, historias y experiencias. Aguarda que se dé con más calor, siquiera sea por unas horas, una relación vital, una amistad.   

 

Por lo tanto, recibir la Eucaristía no es solamente tomar el pan consagrado que nos reparten en el templo.  Es, a la vez, cultivar una continua comunión con el Señor, en aquella área que Ortega y Gasset llama “la intrahistoria” de cada quien. Un espacio en el cual la dimensión religiosa hace de soporte y de guía.

 

¿Qué haríamos entonces sin la fe? escuchamos decir a muchas personas, en medio de sus problemas y tragedias. Los creyentes sabemos que allí nos da Jesús la capacidad de vivir, con mayor valor y perseverancia: “Si no coméis la carne del Hijo de Hombre, no tendréis vida en vosotros”.

 

Del mismo modo, el Señor resuelve el enigma de la muerte. “Yo soy el pan que ha bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre”.

 

Cuenta el libro del Éxodo que ante la intransigencia del faraón,  Dios ordenó a Moisés: “Toma tu cayado, tíralo delante y se convertirá en una serpiente.” Y así ocurrió.  El faraón convocó enseguida a sus magos, que hicieron igual prodigio. Pero la serpiente de Moisés devoró de  inmediato a las demás.

 

Así el Pan bajado golpea ese monstruo implacable de la muerte, que a todos tarde o temprano, nos  devora.

 

Para quienes compartimos la vida de Cristo en la Eucaristía, la muerte  se convierte en algo muy distinto. Ya no es destrucción sino transmutación. Ya no es catástrofe, sino gozosa transfiguración.