XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23: De los labios al corazón

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Preguntaron a Jesús los fariseos: ¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?”. San Marcos, cap.7.

El Evangelio de San Marcos, el más breve de los cuatro, es de gran sencillez literaria. Escrito en un griego ordinario, no está exento de palabras arameas y latinas. En él Cristo aparece, ante todo, cómo el profeta que hace milagros.

Los mensajes se entregan a través de los hechos de Jesús.

El segundo evangelista nos transmite únicamente tres discursos largos del Maestro, entre ellos el que se refiere a lo puro y a lo impuro.

Cómo San Marcos no escribe para judíos, explica de antemano los ritos de purificación que aquellos practicaban: "Se lavan las manos antes de comer y purifican con rituales minuciosos las jarras, los vasos y las ollas".

Cuando los fariseos preguntan a Jesús por qué sus discípulos no obedecen estas tradiciones. El aprovecha la ocasión para enseñarnos que los signos externos nada valen si no expresan el amor y la verdad.

San Marcos pone en boca de Cristo aquella frase de Isaías: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi".

El Señor no rechaza el ritual. Este es necesario en cada relación humana: Es la liturgia de la vida, por la cual nos comunicamos con el mundo y con el prójimo.

El mismo Cristo practica estos rituales en otros pasajes del Evangelio: En el banquete de Zaqueo, en casa de Simón, cuando se deja ungir por la pecadora, en la última cena con sus discípulos. Al sepultarlo, sus amigos le embalsaman con mirra y áloe, le envuelven en vendas y le colocan en un sepulcro nuevo.

Lo que el Señor rechaza es la distancia que hemos mantenido entre el interior y el exterior, entre los labios y el corazón, entre las actitudes y los signos.

Sabemos que es difícil una plena sinceridad en la conducta. Porque la verdad es esquiva y el amor muchas veces ambiguo. Pero sí es posible esforzarnos por desterrar toda doblez, buscando una verdad más clara y un amor más auténtico.

En África Oriental, las tribus Massai acostumbran pasarse de casa en casa, un manojo de hierba cómo signo de amistad.

Los miembros de un grupo recién catequizado, en una ocasión, no quisieron celebrar la Eucaristía, porque una familia se había negado a recibir el manojo. Pensaban que, sin comunidad cristiana, la Misa no tendría sentido.

Ojalá comprendiéramos, cómo aquellos Massai, que el Evangelio no es algo de poner y quitar.

Sólo podremos afirmar que lo vivimos, cuando ha impregnado incluso nuestras liturgias sociales.

El Señor nos invita a llevar el corazón hasta los labios, a poner nuestros sentimientos en cada palabra.

De esta manera la verdad resonará en nuestros ritos.