XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23: La caja de Pandora

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Dijo Jesús: Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre”. San Marcos, cap.7. 

Narra una leyenda que Pandora, la primera mujer en la mitología griega, llevó a la tierra una caja misteriosa que contenía todos los males. Cuando la caja fue abierta, las calamidades se esparcieron por el mundo y sólo quedó dentro la esperanza. 

El  corazón del hombre se parece a esta caja funesta. “De él proceden los malos propósitos, las fornicaciones, los homicidios, las codicias, la envidia, la injusticia...” ¿Pero ese corazón guardará todavía la esperanza? 

La contaminación ambiental nace del humo de las chimeneas, de los gases nocivos, de los desechos, los residuos industriales y puede envenenar al hombre. 

La contaminación moral viaja al revés. Nace de nuestro corazón y va intoxicando las empresas, las escuelas, los campos y las fábricas. 

Por lo contrario la vocación del bautizado consiste en orientar toda la creación hacia el bien común, hacia la salvación. Un empeño que se hace más claro y obligante desde el Bautismo, donde somos consagrados como sacerdotes, reyes y profetas. El agua y el petróleo, el pan, los minerales, el aire, los jugos de las plantas, las estrellas y el mundo inexplorado del mar tendrán, por el hombre, un poder de salvación.  

Pero poseemos a la vez la triste capacidad de contaminar el universo con nuestro pecado.  San Pablo lo explicaba a la Iglesia de Roma: Que si la creación algunas veces produce el mal, no es culpa suya, sino del hombre que la ha desviado de los caminos rectos.  

Se nos vuelve a plantear el antiguo problema de ser justos apenas de apariencia. Aunque ninguno quisiera declararse fariseo. No obstante, todos somos en nuestro comportamiento lo somos un poco. Alguien podría afirmar: “Es todo un caballero”. “Una excelente dama”. Pero... ¿y el corazón? 

Cristo puede crear en nosotros un corazón nuevo. David después de su culpa de adulterio y homicidio oró al Señor con humildad: “Oh Dios, crea en mí un corazón nuevo; un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias. No me rechaces lejos de tu rostro”. Porque dentro de cada corazón, aún el más extraviado, se esconde siempre gozosa esta esperanza: Jesucristo es mi salvador.