XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23: El sentido de celebrar

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Dijo Jesús: Bien profetizó de vosotros Isaías: Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío”. San Juan, cap.7.

El culto judío fue copiado, en muchos de sus elementos, de otros pueblos y de otras religiones. Sacerdotes y levitas organizaron luego los sacrificios, plegarias, purificaciones y ofrendas, edificaron el templo de Jerusalén y crearon un inmenso aparato ritual. Pero más adelante este ceremonial se había vuelto rutinario y vacío y no agradaba a Dios. De allí las frecuentes reprensiones de los profetas, como aquella de Isaías: “Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí”.

La Carta a los Hebreos indica a la Iglesia primitiva que para el Señor aquellos sacrificios de bueyes y corderos ya no valen la pena. Tampoco las numerosas purificaciones rituales, y otras observancias que san Marcos explica a los discípulos venidos de la gentilidad. En adelante habría que adorar a Dios “en espíritu y en verdad”, como enseñó Jesús a la samaritana.

Luego de la Ascensión del Señor, la Iglesia primitiva comenzó a reunirse para recordar los dichos y los gestos del Maestro: “Se mantenían constantes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones”. Así leemos en Los Hechos. “Tenían un solo corazón y una sola alma”. Y esta asamblea fraterna, desde la cual se socorría con prontitud a los pobres, se llamó un poco después Eucaristía.

A mediados del siglo XVI, el concilio de Trento presentó a los fieles la asistencia a Misa como un mandato de la Iglesia. Se quería acercar a los creyentes al Sacramento y rechazar ciertas teologías incompletas que circulaban entonces.

Hoy vivimos en un marco sociológico donde la participación eucarística requiere a veces gran esfuerzo. Pero muchos continuamos celebrando la muerte y resurrección del Señor, mientras compartimos un trozo de pan y recordamos las palabras de Jesús durante su despedida: “Porque él mismo, la víspera de su pasión, estando a la mesa con sus discípulos”…

Celebrar es mostrar por fuera lo que tenemos dentro: El amor de patria, la gratitud para un amigo, la admiración a un personaje, el cariño de hogar.

Pero muchos bautizados parece que no tuvieran nada cristiano en su corazón. ¿Será esta la causa por la cual nunca se asoman a la templo?.

De otro lado, el Señor les insistía a los discípulos que, para comunicarnos con Dios, es necesario mantener una conciencia limpia. Que no bastan los ritos exteriores o el pago de diezmos, como se usaba en el Antiguo Testamento. Y añadía Jesús que en nuestro interior anidan muy fieras alimañas: “Del corazón del hombre salen las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, fraudes, envidia, difamación, orgullo, frivolidad”.

Leemos en Deuteronomio que Moisés advirtió al pueblo: La posesión de la Tierra Prometida está condicionada al cumplimiento de los preceptos de Yahvé. Israel sería entonces un pueblo próspero y floreciente. “¿Hay alguna nación que tenga sus dioses tan cerca como el Señor lo está de nosotros?”.

La participación en la Eucaristía significa y realiza esta cercanía de Dios con nosotros. Nos ayuda además a mantener limpio el corazón, para que amemos a Dios sobre todos las cosas y hagamos el bien generosamente a los hermanos.