Nuestro punto de apoyo

Domingo de I de Pascua, Ciclo C (Resurreccion)

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Pedro entró y vio las vendas con que amortajaron a Jesús en el suelo y el sudario enrollado en un sitio aparte. Entonces creyó”. San Juan, cap. 20.


El niño de dos años ya sabe santiguarse con la mano derecha, entre la admiración y los piropos de amigos y parientes. Pero este gesto señala una prolongada prehistoria, desde padres y abuelos hasta alguna de las primeras comunidades cristianas. Allí se creía y proclamaba la resurrección del Señor Jesús.
Sobre esta convicción se fue edificando, a través de los siglos, toda la fe cristiana. Ya San Pablo escribía los fieles de Corinto: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe, vana es nuestra predicación. Y nosotros, falsos testigos de Dios”.

La muerte no sólo tiene como oficio acompañarnos, de uno en uno, hasta el cadalso. Oscurece además todo lo humano. Sin su malévola presencia, vivir sería algo muy distinto. Poco valen frente a ella la ciencia, el dinero, o el progreso. “El hombre, con todo su poder, dice Martín Descalzo, termina agachándose para abordar la enfermedad y la vejez y encogiéndose aún más, para caber en el ataúd”.

Pero Jesús anunció en repetidas ocasiones su victoria personal sobre la muerte y una vida futura para quienes creyeran en Él. Aún más, volvió a la vida a la hija de Jairo, al hijo de la viuda de Naim y a Lázaro, su amigo.

Aunque tales resurrecciones no vencieron la muerte, solamente la aplazaron para una fecha posterior. En cambio la resurrección del Maestro fue otra cosa. Con razón los discípulos entendieron muy poco sobre ella.

El texto de san Juan en relación con Cristo resucitado es bien sencillo. Cuenta los hechos, de los cuales fue testigo presencial, sin ninguna pretensión apologética.

Nos dice que Pedro y “el otro discípulo”, como acostumbra llamarse el cuarto evangelista, fueron muy temprano al sepulcro, el primer día de la semana. De prisa ante la urgencia del caso, pues María Magdalena les ha dicho: “Se han llevado el cuerpo del Señor”. ¿Lo habría robado sus enemigos?.

Juan llega primero, mas sin embargo aguarda al jefe de los Doce. Éste se asoma al sepulcro y “ve las vendas en el suelo y aparte el sudario con que le habían cubierto la cabeza al Señor, enrollado en un sitio aparte”.

Y el evangelista añade que él entró también al sepulcro, vio y creyó Parece excusarse de no haber creído antes. Y habla luego en nombre de los dos: “Hasta entonces no habían entendido la Escritura: Que él había de resucitar de entre los muertos”.

Pedro y Juan creyeron, pero sin entender quizás que esta resurrección del Maestro era el comienzo de una vida nueva, que se inaugura más allá de las coordenadas de este mundo. Sin comprender del todo que esta resurrección del Señor es la primicia de un proceso que integra a todos los creyentes.

Toca hoy entonces echarnos al hombro nuestra alforja de desconsuelos e incertidumbres, para emprender un camino de gozo y de esperanza.

“Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”, dijo Arquímedes de Siracusa en el siglo III a. C. Apoyado sobre la piedra de un sepulcro, Jesús de Nazaret por su resurrección, le ha dado un vuelo inconmensurable al universo.