XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos Mc 7, 31-37:
Cuando tomamos la palabra

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Jesús, apartando al sordomudo de la gente, le metió los dedos en los oídos y con saliva le tocó la lengua. Y le dijo: "Effetá", esto es, "ábrete". San Marcos, cap. 7.

Se cuenta de Miguel Ángel que, cuando terminó de esculpir su Moisés, le golpeó la frente con el martillo, exclamando: ¿Por qué no hablas?

A la perfección de la estatua sólo le habría faltado, para ser persona, la palabra.

Cristo se compadece de aquel sordomudo. Le mete los dedos en los oídos y usando la saliva, que entre los judíos se consideraba un antídoto, sana su enfermedad.

La sordera y la mudez nos dan lástima.

No alcanzamos el ser hombres plenamente sin la capacidad de comunicarnos.

Aunque a veces, frente a cierta forma de comunicación, quisiéramos más bien ser sordomudos.

Además, cuando no empleamos bien estos dones del Señor, nos refugiamos detrás de las palabras.

Un escrito se burla de los franceses que, en 1789 tomaron la Bastilla y apenas en la revuelta de 1968 tomaron apenas la palabra.

Es muy fácil decir: Te quiero, me comprometo, verdaderamente.

Pero pocos son quienes realizan lo que estas palabras significan.

El exceso de palabrería en que vivimos sumergidos, hace imposible una verdadera comunicación. Basta recordar la publicidad sin altura, el teatro y el cine sin arte, la novela barata, la canción insulsa, la información deformada.

Los medios de comunicación se vuelven a veces indignos de tal nombre. Podrían llamarse medios de manipulación, fuentes de enriquecimiento, fábrica nacional de disfraces. Sin embargo, su vocación es formar, informar, promover, orientar, ayudar, acompañar.

Muchos hablamos y nadie nos escucha.

- Porque no usamos el idioma de la gente. Nos hemos encerrado en nuestro argot profesional o de grupo y bloqueamos así una verdadera comunicación de vida.

- Porque tratamos temas que al otro no interesan. "Me dieron muchas respuestas a lo que no pregunté", pone en boca de la juventud un poeta religioso brasileño. Porque disfrazamos la verdad.

Entregamos una verdad retocada, disminuida, domesticada. Pocas veces toda aquella verdad a la que tiene derecho nuestro prójimo.

Dialogar nos enseñó Pablo VI en una de sus cartas no consiste tanto en hablar al entendimiento, cuanto en escuchar el corazón.

Nuestro diálogo en la política, en la empresa, en el hogar, en la Iglesia, es inútil porque no tenemos en cuenta las circunstancias concretas de nuestro interlocutor.

Muchos problemas del mundo se resolverían mediante una adecuada comunicación. Los pueblos llegarían a entenderse. La evangelización dejaría de ser patrimonio exclusivo de iniciados. La catequesis se integraría con las ciencias humanas, para dejarse ayudar en su búsqueda de Dios.

Y comprenderíamos que la revelación se ha vestido de todos los lenguajes.