XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos Mc 7, 31-37:
!Admire, por favor!

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Cuando Jesús curó al sordomudo, las gentes en el colmo del asombro decían: Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. San Marcos, cap.7.

 

Parece que hemos perdido nuestra capacidad de admirar. El 20 de julio de 1969 millones de personas estábamos pendientes de la televisión. Dos astronautas habían descendido hasta la luna. Detuvimos la respiración. Neil Amstrong bajaba lentamente por la escalerilla. El hombre había posado su planta en la superficie lunar. Hubo aplausos y llantos. Todos éramos en ese momento solidarios con estos hombres que se hallaban a miles de kilómetros de nosotros.

 

El 22 de noviembre del mismo año, se llevó a cabo el segundo alunizaje. Apenas alguien se dio por aludido y un evento deportivo común y corriente suplantó la transmisión televisada.

 

El Evangelio nos cuenta cómo cuando Jesús curó a un sordomudo, la gente supo admirar su poder y exclamó con entusiasmo: “Todo lo ha hecho bien.  Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.

 

Que el Señor nos cure también a nosotros de la sordera y la mudez, para que podamos descubrir sus admirables  mensajes en cuanto nos rodea.

 

Porque nuestra vida se ha vuelto tan superficial, tan prefabricada y postiza que perdimos la capacidad de admiración. Huimos de Dios, a refugiarnos en nuestras madrigueras de cemento, llenas muchas veces de egoísmo y de objetos inútiles.

 

Que la mamá no deje de admirar a Dios durante los nueve meses de su espera. En su seno trabaja Dios pintor, escultor y arquitecto. Que viva con plenitud de  gozo y  esperanza el misterio de la maternidad.

 

Que el papá no termine nunca de admirarse de su paternidad. Que mire cada día a su esposa con más amor y más ternura. Que oren juntos, tomados de la mano, por el porvenir de los hijos.

 

Que los jóvenes no cesen de admirar su propia juventud. Que se maravillen de su cuerpo y de su mente, respetándolos porque son una obra de arte de Dios y la esperanza del mundo.

 

Que el carpintero admire a Dios en la madera, con sus vetas y sus nudos, en donde la savia se detuvo unos momentos para cambiar de ruta. Que el minero cierre los ojos en el silencio de la sima y escuche al Señor que fraguó las rocas y las colocó allá abajo, luego de inmensos cataclismos.

 

Que no olvide el agricultor admirar a Dios y agradecerle por los azahares del limonero y la flor del cafeto, por las espigas del maíz y del trigo, por la exuberancia de las raíces, la generosidad de los frutales...

 

Que los arrieros reconozcan al Señor en el amanecer, en el sol, en la lluvia y desde los vericuetos del camino clamen a Dios que es el padre de los cielos.

 

Y que todos, pobres y acomodados, ignorantes y sabios, jóvenes y ancianos, procuremos con nuestros pensamientos y deseos, con nuestras luchas y  plegarias, alabar y bendecir a Dios. Que nos esforcemos en terminar este mundo que el Señor nos dejó comenzado. Porque aún así, es obra negra,  es tan hermoso.