XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 8, 27-35: Una cruz con rodachinas

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Dijo Jesús: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. San Marcos, cap.8.

 

Alguien decía con mucha gracia: Cuando oigo a tantos a mi alrededor quejarse de su cruz, me pongo entonces a examinar la mía. La encuentro tan liviana y llevadera que a veces he pensado: ¿Sería que me la dieron con rodachinas?

 

Cristo nos hace hoy una triple invitación: Negarnos, tomar la cruz y seguirlo. Algunos de nosotros, casi todos, llevamos a cabo una parte del programa. Pero atención: El Señor desea que lo realicemos plenamente.

 

Somos capaces de muchas privaciones pero por ambiciones meramente humanas: Capitalizar, rebajar unos kilos, poder darnos algún lujo, demostrarle al otro que sí nos ha ofendido, aparentar que somos muy piadosos...

 

También muchos cargamos con la cruz, pero no como Cristo lo desea. La llevamos de mala gana y por eso nos pesa más de la cuenta.

 

Cómo sería el mundo de distinto si lleváramos nuestra cruz sin tragedia, con alegría. Porque a veces gustamos de exagerar los propios sufrimientos. Es una manía frecuente que parece engrandecernos y nos da aureola de martirio.

 

Por esta razón quienes nos ven así, consideran que el cristianismo es algo negativo, pesado y aburridor.

 

Es más cristiano mostrar el triunfo de la cruz en nuestra vida, dejarnos iluminar por esa transfiguración que Dios desea realizar en nosotros.

 

Compartir los dolores con el prójimo nos ayuda a llevar la cruz con sentido cristiano y nos hace entender que otros sufren más que nosotros.

 

Es cristiano no detenernos sistemáticamente en las penas que soportamos. A Dios no le gusta que por la viudez, la muerte de un hijo, un fracaso económico, un pecado personal, nos sentemos junto al muro de las lamentaciones sin mirar todo lo bello que hay en nuestra vida. Sería una injusticia con los nuestros y una ingratitud con el Señor que nos ha dado tanto.

 

Finalmente el Señor nos invita a seguirlo. Vamos todos llevando nuestra cruz: Algún defecto físico, alguna enfermedad, el trabajo diario, la pobreza, la ingratitud, los propios errores... Pero no caminamos detrás de Cristo.

 

Seguir a Jesús comunica cierta elegancia, da a los dolores un resplandor que se llama esperanza, cicatriza los propios pecados, produce entusiasmo en el trabajo, nos hace capaces de sonreír, abiertos a los otros.

 

Dice San Agustín que junto a Cristo no hay dolor y si lo hay se convierte en amor. Es decir, el amor le pone rodachinas a la cruz.

 

Cristo sufrió en la cruz apenas unas horas. Luego fue el Señor resucitado, con las heridas transformadas en luz y con la voz siempre y amiga que nos dice: No temáis.