XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 7, 31-37:
Mente cerrada, mente abierta

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Jesús, apartando al sordo de la gente, le metió los dedos en los  oídos y con saliva le tocó la lengua.  Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: Effetá, que quiere decir ábrete”.  San Marcos,  cap.7.    

La Decápolis era un grupo de diez ciudades confederadas, que dependían directamente del gobernador de Siria. Aunque vecinas  al lago de Tiberíades, casi nunca fueron visitadas por el Señor, quizás por su población semipagana. Pero cuenta  san Marcos que al pasar Jesús cerca a este territorio, le presentaron un sordo, el cual apenas podía hablar.  

A veces el Maestro sanaba los enfermos con una sola palabra. En otras ocasiones mediante el contacto de sus manos. Así curó a un leproso.  

Ahora los amigos del enfermo le ruegan que le imponga las manos. Pero el Señor quiso entonces cumplir un prolijo ritual de cinco gestos, muy apropiados para comunicarse  con un sordo: Lo aparta de la gente. Le pone los dedos en los oídos. Moja un dedo con saliva y le toca la lengua. Mira al cielo y suspira, para motivar la fe de aquel hombre. Y finalmente dice una palabra poderosa: Effetá, que quiere decir abríos.  “Y al momento, dice el evangelista,  se le abrieron los oídos al enfermo, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad”. 

Nos dicen los sicólogos que en nuestras relaciones interpersonales,  podemos blindarnos tras una mente cerrada. O por el contrario, conservar una mente abierta. Lo comprobamos en la vida ordinaria.   Cuánta gente mantiene una mente cerrada frente al deporte, el arte, la política, los progresos de la técnica. En cambio otras personas, aun  ya maduras, viven en entusiasta sintonía con este mudo fantástico y presuroso que nos ha tocado vivir.  

San Marcos conservó en su texto esa palabra aramea, “Effetá” que tiene también para nosotros un mensaje: ¿Nos mantenemos abiertos a la dimensión religiosa, una estructura necesaria para todo ser humano?.  

Porque a veces somos maravillosos en muchas áreas, pero cerrados del todo ante Dios y las cosas que se le relacionan.  

Todo es del Señor, pero hay cosas más próximas a su corazón.  Tendríamos en primer lugar los Sacramentos. Por estos signos visibles Dios quiere comunicarnos su vida. Una religión sin sacramentos no pasa de ser un ente de razón, un vago recuerdo que nada remedia. Que no conduce a ninguna parte.   

Y en segundo lugar, los pobres. “Los tendréis siempre con vosotros”, dijo Jesús. Una frase que no es solamente una verificación   socioeconómica, sino la herramienta  expedita para calibrar nuestro cristianismo. La Iglesia nació con una irrenunciable vocación de servicio: “No había entre ellos ningún necesitado”, leemos en Los Hechos.  

El apóstol Santiago nos dejó una breve carta que desde muy temprano fue incorporada a la Biblia. Allí nos pide dos cosas esenciales: Mantener nuestra vida abierta a Dios y de igual manera hacia los pobres. “No juntéis la fe en Nuestro Señor Jesucristo con la discriminación de personas. ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la  fe y herederos del Reino?”.  

Effetá nos dice hoy el Señor a todos sus discípulos, para abrirnos la mente y el corazón a los valores del Evangelio. “Tarde te conocí, tarde te amé, pero al fin sanaste mi sordera”, oraba san Agustín.