XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 8, 27-35:
Una respuesta condicionada

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Cerca de Cesarea de Filipos, Jesús les dijo a sus discípulos: ¿Y vosotros quién decís que soy yo?. Pedro  le contestó: Tú eres el Mesías”.  San Marcos,  cap. 7.    

“Jesús es el Señor” fue en los primeros tiempos de la Iglesia, una expresión peligrosa. Significaba nada menos que situar más arriba del  emperador romano y toda su gloria, a aquel profeta de Nazaret, crucificado en Jerusalén. Por esa fe en el Resucitado numerosos  discípulos entregaron su vida.    

En muchas páginas del Evangelio encontramos enunciados parecidos: En boca de los aquellos enfermos curados por el Señor.  También los endemoniados proclamaban a Jesús  como el Hijo de Dios.  Y ahora en las cercanías de Cesarea de Filipos, Pedro en nombre de los Doce, confiesa: “Tú eres el Mesías”.

Tales afirmaciones fueron tomando un giro más exacto y teológico en las primeras comunidades cristianas, iluminadas por la resurrección del Señor. Convertidas en fórmulas de fe, se integraron oficialmente a los Credos de aquellos primeros siglos.

Aunque la  geografía de Palestina no presenta cimas muy altas, hacia el norte del Tiberíades descuella el monte Hermón, con 2.814 metros sobre el nivel del mar. Desde la tierra de Canaán podía verse su cumbre, coronada de nieve la mayor parte del año.

Un poco más al sur, estaba Cesarea de Filipos, en un entorno de fértil vegetación y suficientes aguas, que en tiempos remotos albergaba manadas de ciervos y otros animales montaraces. Alguien afirma que el autor del salmo 42 pudo inspirarse sobre aquel paraje: “Como busca la cierva torrentes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío”.

La confesión de Pedro, en nombre del grupo, debió agradar al Maestro. Pero enseguida quiso explicarle que esa adhesión no estaría exenta de padecimientos y de muerte. Como apoyándose en un texto de Isaías: “Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban, la mejilla a quienes mesaban mi barba. Pero el Señor me ayuda y por eso no quedaba confundido”.

Esto puso en crisis al apóstol, hasta el punto de pedirle al Maestro  que modificara sus planes. Aunque al final Jesús habló de resurrección, de esto entendía muy poco el discípulo.

Pero el Señor se mantuvo en lo dicho, reprendiendo a Pedro con duras palabras: “Quítate de mi vista, Satanás.  Tú piensas como los hombres, no como Dios”. Sin embargo en su vida futura el apóstol vivió su compromiso, en medio de dificultades y desaciertos y al final, entregando su vida.  

La respuesta que nosotros, como cristianos, podemos darle al Señor, no será presencial.  Consistirá más bien en llenar un formulario, donde podremos evaluar si cultivamos o no, una entrega veraz a  Jesucristo. Todo ello dentro del marco teórico que nos sugiere el apóstol Santiago. Aquel sencillo pescador del lago nos dice en su carta: “¿De qué le sirve a  uno decir que tiene fe, si no tiene obras?. La fe sin obras está muerta por dentro”.

Nuestra respuesta estará condicionada a una sincera evaluación sobre los valores del Evangelio. ¿Sí los estamos cultivando?: Sintonía con Dios. Transparencia.  Fraternidad. Responsabilidad, Trascendencia,  Capacidad de perdón. Sencillez. Austeridad. Práctica de oración. Proyección social. Respeto a la vida. Sentido de pertenencia a la Iglesia.

Sólo una calificación suficiente en estas asignaturas, podría garantizar que sí tenemos a Jesucristo como nuestro Dios y Señor.