XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 9, 30-37:
El producto de pequeños factores

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Jesús les preguntó: ¿De qué discutíais por el camino? Y añadió: Quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos”. San Marcos, cap. 9.

Es lícito que las hormigas almacenen para los días penosos del invierno. Que las abejas se esfuercen en la búsqueda del polen, y aun entreguen su vida por defender el panal. Es lícito también que el hombre se desvele y sueñe despierto en contabilizar mayores bienes y menos preocupaciones. Que luche por saber más, por dominar la tierra, por adivinarle al universo sus secretos.

Pero no está bien que existan medidas engañosas para catalogar definitivamente a los hombres.

Decimos buenos y malos, sabios e ignorantes, amigos y enemigos, blancos y negros, orientales y occidentales, ricos y pobres, cristianos y gentiles, útiles e inútiles.

Porque todo esto es resultado de nuestra crónica miopía: Clasificación aproximada, adjetivos temerarios, convencionalismo social, dimensión relativa,

Nos hemos acostumbrado a medir a las personas por lo aparente, por lo inmediato.

Olvidamos que cada uno de nosotros tiene otro valor, otro peso, otra calidad, otra marca interior, la cual nos certifica ante Dios y ante los hombres.

Jesús nos dice: "Quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos".

Nadie puede añadir un codo a su estatura. Pero nosotros, desde nuestro complejo de importancia, nos añadimos títulos sonoros o nos exhibimos sobre las cosas que poseemos.

El Concilio Vaticano II nos explica que todos los hombres somos iguales: En naturaleza, en dignidad, en derechos y deberes fundamentales.

Aunque nos diferenciamos por la calidad de nuestro servicio. Cómo en aquella comparación del cuerpo humano que trae la carta de los Corintios: A algunos les toca ser manos, a otros ojos, a otros pies, o cabeza o corazón.

La grandeza, eso tan codiciado y tan ambiguo, nace entonces de la manera cómo realicemos nuestro servicio. Es el producto de pequeños factores, al estilo del amor con que una madre lava, zurce y ordena. Igual que la constancia del maestro al repetir una fórmula de cálculo por enésima vez. Cómo el cariño con que una familia sin recursos acoge a un pobre. Cómo la esperanza del labriego que golpea la tierra esquiva.

Pequeños factores que construyen la grandeza de los hombres: La prudencia del conductor de bus, la amabilidad del lotero, la simpatía de la vendedora de flores, el esmero de la limpiadora...

        Y un amplio etcétera en el cual caben todas nuestras actitudes de servicio, por más elementales   que parezcan.