XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 9, 38-43. 45. 47-48:
De esta simple manera

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Si tu mano te hace caer, córtatela. Mas vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al abismo. Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: Más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios”. San Marcos, cap. 9.

La oruga se desprende de su caparazón para volverse mariposa. Muere la semilla para dar origen al retoño. El niño abandona los brazos de su madre para empezar a descubrir el mundo.

Abraham abandona su aldea y sus parientes, en busca de la tierra prometida. Hernán Cortés quema sus naves para conquistar un mundo nuevo.

El Señor creó la vida y le dio a cada ser la capacidad de superarse. A la nebulosa primitiva la hizo capaz de estallar en mil astros, que luego se agruparon en constelaciones y galaxias.

A las especies inferiores les enseñó a evolucionar. Al hombre le dio fuerzas para conquistar metas superiores, más allá de su pequeñez. Le regaló ilusión e iniciativas.

Las teorías de Darwin y de Mendel, sobre el origen de las especies y las leyes genéticas hoy se miran con ojos más cristianos.

Pero cada nivel superior que conquistamos nos exige dolor y renuncia. Y esta ascensión fatiga nuestra esperanza. No apartamos los ojos de aquello que entregamos, y perdemos de vista los bienes que nos aguardan.

Por esto hieren nuestros oídos las palabras del Señor: "Si tu mano o tu pie te hacen caer, córtatelos. Si tu ojo te hace caer, sácatelo".

Creer en Cristo equivale a arriesgarnos en esta progresiva superación, hacia unos bienes cuyo valor no alcanzamos a medir plenamente.

El Evangelio, sin embargo, no propone el renunciar por renunciar, sino renunciar por obtener.

No es cristiana una fe que exige de entrada el heroísmo. El heroísmo es consecuencia, a veces no buscada, de un modo de vivir según el Evangelio.

Cuando seguimos a Cristo en las cosas simples y ordinarias llegamos, con naturalidad y elegancia, a realizar maravillas que ni nosotros mismos advertimos.

Sin esfuerzo aparente, intercambiamos valores proyectando nuestra vida.

De esta simple manera, los grandes comprometidos con Dios vivieron sus aventuras interiores, y las compartieron hasta donde es factible. Así Teresa de Jesús, escribía con letra desgarbada, en su celda: "Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero, que muero porque no muero".