XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 9, 38-43. 45. 47-48:
De la Iglesia y el mundo
 

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Dijo Juan a Jesús: Hemos visto a alguno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros”. San Marcos, cap.9.

 

En el concilio Vaticano II, el documento “Alegría y Esperanza” se llamó en un comienzo “De la Iglesia y el Mundo”.

 

Pero luego obispos opinaron que sería más teológico titularlo: “De la Iglesia en el Mundo”. Porque Mundo e Iglesia no son dos realidades lejanas. La Iglesia es pasajera en este viaje de la historia y el mundo es, a su vez, la materia prima de la Iglesia. Aún con sus pecados.

 

Algún teólogo afirma que es condición primaria formar parte de la Iglesia el ser pecador. De esta regla se exceptúan los santos.

 

Desde los primeros párrafos de este documento nos llaman la atención su humanidad y su realismo. Con razón los peritos no lograron redactarlo perfectamente en latín. Esta lengua no daba los matices y las precisiones para hablar del mundo contemporáneo. Tuvieron que recurrir al francés, el idioma de la exactitud y la diplomacia.

 

Jesús en el Evangelio nos hace entender que no es correcto separar la Iglesia del mundo. Como tampoco conviene separar la cizaña del trigo antes de la cosecha, ni las ovejas de los cabritos, si no ha llegado la hora del juicio.

 

Porque el cristiano reconoce que existen muchísimos valores, actitudes honestas, progresos y conquistas que no nacieron del seno de la Iglesia. Hubo épocas, por suerte ya superadas, el las que se condenaba todo aquello que no fuera gestado en la filosofía aristotélica, en el derecho canónico, en la liturgia romana y la cultura occidental.

 

El Concilio Vaticano II, en búsqueda de las fuentes evangélicas, nos hace comprender que los cristianos no tenemos la exclusiva de lo justo y lo humano, ni el monopolio del bien y la verdad.

 

Tal reflexión nos ha hecho humildes. Nos ha enseñado que más allá del Monte de la Bienaventuranzas también puede Dios alumbrar, porque El es la Luz y se ha revelado de muchas y muy variadas formas. Esto sin desconocer que Jesucristo es la plenitud de la revelación.

 

Cristo les dice a sus apóstoles que no impidan a quienes hacen el bien, así no estén matriculados en su escuela. Quien realiza obras buenas tiene ya comenzada su amistad con Jesucristo.

 

La palabra de Jesús nos ha hecho menos ásperos, para acoger a los peregrinos que todavía no han encontrado al Maestro. Nos ha dado mayor capacidad de comunión y de amistad. Esta es la razón por la cual los últimos papas dirigen sus enseñanzas, no sólo a los bautizados en la Iglesia, sino a todos los hombres de buena voluntad.

 

Nosotros, muchas veces, nos hemos creído los únicos amados del Señor, los únicos rectos, los únicos santos. El Evangelio nos está pidiendo un poco de sensatez y de realismo. El Señor nos ama y nos llama a todos.

 

Si ya tenemos luz, si escuchamos a Cristo, si nos alimentamos con los sacramentos, tenemos mayor obligación con los alejados, con los que todavía no conocen a Jesús, pero nunca la obligación de rechazarlos.