XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 2-16: El torrente y la estrella

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Dijo Jesús: De modo que ya no son dos sino una sola carne. Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”. San Marcos, cap. 10.

Este era un río que nació entre la nieve, sobre la cumbre de una montaña. En un comienzo su caudal fue todo ímpetu, rebeldía, pasión por la aventura. Pero una vez, por entre peñas y barrancos se asomó al valle y aquel torrente se estremeció de asombro.

Allá lejos lo esperaban la sed de los rebaños, la sequía de los trigales. Los viejos árboles, cargados de flores, lo aguardaban para poder fructificar. Y el río comprendió su destino.

Sin embargo esa noche, el río imaginó que todo aquello había sido un espejismo. Quiso volver a su anarquía anterior. A su egoísmo amenazante. Pero enseguida algo inesperado le tocó el corazón. Sobre sus aguas que corrían en el valle empezó a deslizarse una estrella. Allí estaba. Unas veces oculta en las espumas. De pronto clara y diáfana, acompañándolo hasta llegar al mar.

Esta parábola puede hablarnos de sexualidad y de amor. Elementos vitales que Dios ha unido y que no hemos de separar los hombres.

No es común que los cristianos orientemos suficientemente el amor y el sexo según el Evangelio. Aun quienes se unieron en matrimonio lamentan sus errores y debilidades. Lo sabe el Señor y sin embargo, continúa proponiéndonos un ideal excelente.

El matrimonio cristiano presenta una historia y una prehistoria. La primera corre desde los tiempos de Jesús hasta nuestros días. Cambian con el tiempo las leyes, las costumbres, relacionadas con la tarea de amar. Pero ha de permanecer el amor verdadero. El que excluye todo egoísmo. El que persevera, a pesar de las crisis. El que teje a diario una entrega, para lograr la felicidad en compañía.

Quiso Jesús que su presencia en el hogar se perpetuara por un Sacramento. El cual no es sólo remedio de la concupiscencia, como decían los moralistas anteriores. Es una alianza que convierte a los esposos en signos vivos del amor de Dios aquí y ahora.

Pero también el matrimonio tiene una prehistoria. Durante el Antiguo Testamento el proyecto de pareja y de hogar no marchó siempre a la maravilla. La poligamia y el divorcio fueron etapas elementales, todavía no iluminadas por la luz de Cristo.

Cuando a Jesús le preguntan sobre el tema, se muestra comprensivo frente a las humanas situaciones, pero nos remite en seguida al comienzo de la humanidad. Al principio, nos dice, no fue así. Desde la creación, Dios quiso entre el hombre y la mujer un amor sólido y estable.

Algo que es sólo comprendemos y alcanzamos por la palabra de Jesús. Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre. Permanezcan el hombre y la mujer unidos en fidelidad. Permanezcan juntos sexualidad y amor, igual que las dos caras de una misma moneda. Persigan los esposos el ideal propuesto por Jesús, a pesar de las propias y las ajenas fallas.

Que el río nunca olvide su origen: Ha nacido en la altura. Que domine sus ímpetus. Que realice alegremente su tarea de compartir. Que jamás deje de contemplar la estrella, reflejada en sus aguas, a pesar de la sombra y las tormentas.