XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 2-16: Las medidas del amor

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Unos fariseos le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba. ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer? Respondió Jesús: Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”. San Marcos, cap. 10.

Rabí Shamay interpretaba la ley de Moisés relativa al divorcio en un sentido estricto. Rabí Hillel, por el contrario, le daba un sentido más amplio: Por cualquier motivo, aún por haber dejado quemar la comida, un hombre podía abandonar a su mujer.

Ante el enfrentamiento de estas dos escuelas religiosas, los fariseos acuden a Jesús con la intención de ponerlo a prueba: ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?

Los cristianos de hoy, cada uno a nuestro modo, somos discípulos de Hillel o de Shamay. Interpretamos y vivimos una distinta visión de la vida conyugal.

El matrimonio, para algunos, es solamente una función social. Puede dejar de ser a cualquier hora, cómo se termina un negocio o prescribe un contrato.

Otros miramos el matrimonio cómo una situación, a la cual se le ha dado un barniz religioso, para cimentar su estabilidad.

Algunos buscamos el Sacramento para darle seguridad a nuestro amor, entre los vaivenes de la vida.

Sólo unos cuantos comprendemos el verdadero sentido del Sacramento. Allí el amor del hombre y la mujer adquiere una dimensión más allá de la tierra.

Una vez Isaías se quejó ante Yavéh: "Tú eres un Dios escondido".

Entonces el Señor resolvió revelarse y una de sus primeras manifestaciones fue el amor de hombre y mujer.

Así descubrió el pueblo escogido un Dios más allá de los truenos y relámpagos, con los cuales el Señor se revelaba en el Antiguo Testamento.

Con razón los vecinos envidiaban a Israel, porque ningún pueblo tenía un Dios tan cercano y doméstico.

Más adelante, el Señor viene a convivir con nosotros, elige el amor humano, para presentar ante la comunidad la forma cómo Cristo ama a su Iglesia.

Así este amor se convierte en signo oficial de la alianza que El ha establecido con su pueblo.

De ahí nacen las dos cualidades del amor matrimonial: Uno y estable. No nacen de disposiciones postizas, con el fin de organizar la sociedad. Son las profundas exigencias de quien ama de verdad. Son las medidas del amor.

A todos nos puede parecer inalcanzable ese ideal matrimonial. Pero cuando la pareja humana cree que el matrimonio vale la pena, arbitra infinitos recursos para seguir adelante.

Al Señor no le gusta que definamos nuestro Sacramento cómo una limitación, cómo una barrera a nuestra libertad. Sería desvalorizarlo. Se trata de alcanzar el amor más pleno, intensificando la calidad en la entrega personal.

Nuestro amor es tarea de caminantes, pero a la vez, de gente que distingue al Señor cómo compañero de camino.