XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 2-16: Como era en el principio

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Dijo Jesús: Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. De modo que ya no son dos sino una sola carne. Por lo tanto, lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”. San Marcos, Cáp. 10.

 

Se casaron hace ya siete años y al comienzo todo fue maravilloso. El había encontrado la mujer ideal. Ella, al hombre de sus sueños. El nuevo hogar rebosaba de amor, ternura, comunicación, detalles, sentido de Dios. Sin embargo, todo se cambió luego en un progresivo malestar de dos soledades. ¿Qué habrá sucedido?

En tiempos de Moisés, como narra el Deuteronomio, la ley judía autorizaba el divorcio, cuyas causales la escuela de Hillel aceptaba generosamente. Según el Talmud, una esposa podía ser repudiada por no haber dado hijos al hogar, por presentarse en público con la cabeza descubierta, o salar en exceso la sopa.

En cambio la escuela de Shammaí, fundada 30 años antes de Cristo, mantenía una disciplina más estricta. “El altar llora, decían los shammaítas, sobre aquel que repudia a su esposa”. No sabemos a qué grupo pertenecían los fariseos que, según san Marcos, preguntaron a Jesús: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?”. Pero anota el evangelista que pretendían ponerlo a prueba. El Señor les responde que aquella actitud de Moisés fue una excepción, a causa de la dura cerviz del pueblo judío. Porque desde el principio Dios quiso que el amor de hombre y mujer gozara de unidad y permanencia. Pero esta palabra del Maestro disuena frente a muchas parejas que atraviesan situaciones adversas. Con sincera ilusión celebraron un día el sacramento del Matrimonio, para comprobar luego que ignoraban qué es amor conyugal. No tenían suficiente madurez, se equivocaron de pareja, o los vicios del otro echaron a perder sus intenciones.

Una dolorosa problemática que no se remedia declarando que “ancha es Castilla”, o criticando con amargura el proyecto cristiano. Porque allí están en juego el futuro de los hijos, la estabilidad sicológica de los cónyuges, el respeto a tantas parejas que han mantenido fieles a pesar de las crisis, la honradez personal, la fe en Jesucristo. La Iglesia procura ser entonces maestra, pero a la vez ha de ser madre. Morris West se queja en uno de sus libros: Durante su crisis matrimonial, la autoridad eclesiástica se portó con él como una madrastra. Vale anotar que numerosas parejas se embarcaron, de modo irresponsable, en un matrimonio católico, lejos de una opción cristiana consciente. Para cumplir un requisito social, o una tradición de familia. Edificaron sobre arena.

Sin embargo y a pesar de todo, que los esposos en problemas nunca olviden su relación con Dios, quien sigue siendo Padre, buscando dialogar de forma objetiva y leal, ayudados quizás por algún consejero. Pero frente a la ruptura, que ninguno de los dos se apresure a iniciar un nuevo proyecto, mientras sangra el corazón y está oscurecida la mente. Podrán sin embargo rescatar del naufragio aquellos valores que san Pablo recomendaba a los efesios: “Tengan en cuenta, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud, o cosa digna de elogio”. Que estos valores, unidos por Dios al matrimonio, no los separe el hombre.