XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 17-30: El loco del atrio

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Alguien le preguntó a Jesús: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”. San Marcos, cap. 10.

Un demente que dormía largas siestas en las bancas del templo, se plantó un día ante los fieles que llegaban al templo: “Esta no es la Iglesia de Cristo. Miren estos señores ricos y estas señoras orgullosas. Miren qué ventanas tan bonitas”... Sólo pudimos calmarlo, llevándolo a la tienda de la esquina, donde recibió algún alimento.

Leíamos aquel domingo el evangelio donde alguien le pregunta a Jesús: “Maestro, ¿qué de hacer para heredar la vida eterna?” El texto no lo dice, pero los biblistas suponen que era un joven. Y el Señor le dice: “Guarda los mandamientos”. El otro responde: “Los he cumplido desde pequeño”. Entonces Jesús añade: “Una cosa te falta. Vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y luego sígueme”. El evangelista consiga que aquel joven se marchó pesaroso, porque era muy rico.

Tomada al pie de la letra, esta palabra de Jesús resulta impracticable para muchos de nosotros. Se trataría de feriar todos nuestro bienes, para quedarnos desnudos y desamparados por calles y plazas. Pero el seguimiento de Cristo presenta una dimensión distinta.

Jesús no fue un mendigo. Comía y bebía normalmente. Aceptó, de buen grado, el costoso perfume con que la pecadora le ungió los pies en casa de Simón. Para su despedida organizó una cena abundante y en un sitio confortable. Pero nos enseñó a no mantener atado el

corazón a los bienes materiales A no confiar del todo en la riqueza.

Aquel muchacho que se acerca a Jesús, desea prolongar su bienestar - adquirido dentro de unos cauces probablemente muy normales - hacia la vida futura. Desea financiar su alegría hacia el mañana siempre misterioso.

Pero el encuentro con el Señor lo desconcierta. El lo ha mirado con cariño. Porque descubre sus cualidades y quiere llevarlo a otro nivel superior. Sin embargo, el muchacho no entiende.

Venderlo todo y darlo a los pobres para tener un tesoro en el cielo, significa relativizar los bienes materiales y darles y un nuevo sentido, sirviendo a los prójimos. En otras palabras: Saber amar de veras, más allá de nuestras inversiones, dividendos y cuentas corrientes.

La pobreza no siempre nos lleva al amor, como tampoco lo alcanza frecuentemente la riqueza. Pero el amor al prójimo nos conduce irremediablemente a la moderación, mediante un compartir estable y constructivo. Nos lleva al servicio generoso a quienes nos necesitan.

En un principio, con tantas cosas que nos sobran y luego cuando el Evangelio nos invade el alma, dando aún de nuestras propias comodidades. Es este un camino seguro hacia la verdadera alegría.

Muchos creen, sin embargo, que este evangelio del joven rico solamente emplaza a una clase económica. No es así. En todo ser humano se esconden pequeños y grandes egoísmos, que es necesario superar para alcanzar la vida eterna.

Y ésta no consiste únicamente en un albergue seguro allá en el cielo. Es, además, un modo de poseer y administrar los bienes de este mundo, de tal manera que crezcamos por dentro y hagamos crecer a los demás.

Sólo así seremos Iglesia de Cristo. No importa que los ventanales de nuestra parroquia sean ricos o pobres, feos o bonitos

Desde aquel domingo, cuando el pobre loco gritaba desde el atrio, muchos parroquianos molestos se cuelan al templo por las puertas aras laterales. Tienen miedo a ese demente que puede leer el corazón.