XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 35-45: ¿Y después qué?

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Los hijos del Zebedeo se acercaron a Jesús para pedirle: Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Jesús replicó: No sabéis lo que pedís”. San Marcos, cap.10.

 

Pirro fue un valiente guerrero en tiempos de Alejandro. Un día le compartió a Cineas su proyecto: - Primero voy a conquistar a Grecia. - ¿Y después?, le preguntó su amigo. – Me haré dueño de África. – ¿Y después? - Pasaré al Asia y someteré a los árabes-  –¿Y después?.  - Llegaré las Indias. –¿Y después?  - Después descansaré. Cineas hizo entonces una última pregunta: - ¿Y por qué no descansas ahora mismo?

 

Ciertamente las aspiraciones de Juan y de Santiago no eran las mismas de aquel conquistador. Pero demuestran un interés, concreto, luego de haber dejado al padre y las redes junto al lago.  Le ruegan a Jesús un lugar, uno a su derecha y otro a su izquierda, allá en la gloria.

 

Habría que preguntar a estos discípulos qué entendían por gloria. ¿También ellos esperaban un Mesías temporal, como tantos judíos? Lo cierto es que desean ser recompensados y no de cualquier modo.

 

El texto de san Mateo presenta a la madre de los Zebedeos  como la peticionaria ante Jesús. Y el Señor, antes de responder,  pone una condición a aquellos hijos: “¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber”. En el contexto evangélico esto equivale a soportar las mismas pruebas del Maestro.

 

Ellos de inmediato se atreven:  “Sí podemos”. Eran jóvenes y a la vez generosos y deseaban, de todos modos, alcanzar la meta. En lo cual se adivina una  gran cariño hacia Jesús y una dosis no escasa de confianza. Ellos dos, con Pedro,  eran los más allegados al Señor, los testigos de la transfiguración en el monte.  

 

No entendemos del todo la respuesta de Jesús: “El cáliz que yo beberé lo beberéis. Pero sentarse a mi derecha y a mi izquierda no me toca a mí asignarlo sino a mi Padre”. Un frase donde el Maestro vuelve a colocar todo su plan en manos de su Padre.

 

La historia de Juan y de Santiago nos cuenta que ambos, a su debido tiempo, cumplieron lo prometido, al entregar la vida por Cristo. Y el Señor los premiaría allá en la gloria. El corazón del hombre no sospecha - escribe san Pablo - lo que Dios preparó para quienes le aman”. 

 

Hay una estrofa de un autor religioso que a muchos incomoda: “No me  tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera”. La entendemos como expresión poética, nacida de un excelente amor.

 

Sin embargo, quienes no somos todavía ni amantes consumados, ni cristianos perfectos aguardamos desde ahora muchas cosas. ¿Quién puede amar  sin la esperanza de algo?

 

Los discípulos de Cristo esperamos que El  nos regale la paz de la conciencia. Y además un hogar firme y amable. Una adecuada comprensión de nuestra historia, estabilidad económica, capacidad de perdón. Y con toda razón,  la vida eterna. 

 

Pedro le preguntó un día al Señor: “Nosotros lo hemos dejado todo para seguirte. ¿Qué recibiremos pues?” La promesa de Jesús fue generosa: “Recibiréis el ciento por uno y la vida eterna”.