XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 35-45: El gusano silencioso

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

Sitio Web  

 

“Dijo entonces Jesús: Los jefes de los pueblos los tiranizan y los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso. El que quiera ser grande sea vuestro servidor”. San Marcos, Cáp. 10. Muchos le atribuyen el problema a Constantino, aquel emperador romano convertido a nuestra fe en el siglo IV. Por motivos políticos les dio carta de ciudadanía a los cristianos, entregándoles además abundantes privilegios y riquezas. La Iglesia adquirió entonces poder político y económico, cosas no muy acordes con la enseñanza de Jesús, que la llevaron a absurdas situaciones.

Cuenta san Marcos que al Señor no le hizo mucha gracia la petición de los hijos del Zebedeo: “Maestro, queremos que en tu futuro reino nos concedas sentarnos, uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. El texto de san Mateo advierte que fue la madre de Santiago y Juan quien hizo tal demanda. Esta familia seguía entendiendo a Cristo como un Mesías temporal, que iba a instaurar un Israel próspero y libre.

El Señor no rebate de entrada el pedido de aquellos discípulos. Les pregunta, eso sí, sobre su capacidad de abnegación y entrega: “¿Podéis beber el cáliz que yo beberé?”. Los dos apóstoles, sin entender quizás el compromiso, responden afirmativamente. Pero el Maestro termina luego: Esas futuras recompensas de quienes le siguen se medirán de otra manera. “El sentarse a mi derecha y a mi izquierda está ya reservado”. San Mateo añade: “Ese premio ya está señalado por mi Padre”. La intriga de los dos zebedeos molestó, con sobrada razón, a sus colegas: “Al oír aquello, los otros diez apóstoles se indignaron”. Hubiera sido interesante saber los términos y el tono de aquella protesta.

 El Señor, conociendo la ambición y el deseo de dominio que a todos nos contagian, reunió aparte a los apóstoles y les dijo: “Los jefes de los pueblos los tiranizan y los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso. El que quiera ser grande sea vuestro servidor”. Aquí Jesús distingue, con mucha sabiduría, entre autoridad y poder. Ella es algo esencial en toda sociedad humana. El otro es una contaminación no evangélica. La primera procura el bien común. El segundo trata de proveer el bien particular. Por lo tanto, a la luz del evangelio, toda autoridad ha de entenderse como un servicio. Es la capacidad de dar la mano a los demás, para promoverlos.

Sin embargo, en la vida real, autoridad y poder se unen y entremezclan de tal modo, que a veces no logramos separarlos. Un instinto maléfico pervierte, no pocas veces, a cuantos presiden en la sociedad y también en la Iglesia. Olvidan que la auténtica manera de subir en la escala social, lo ha enseñado Jesús, consiste en hacernos servidores de todos, manteniendo además un bajo perfil que a nadie moleste.

 Recordamos entonces aquella fábula del gusano, que por orifico diminuto logró penetrar una roja manzana, y allí dentro instaló su reino. Nadie sabía por qué se marchitaban los colores de la fruta. Por qué no tenía aroma. Por qué empezaba a podrirse. El gusano continuó en silencio su propósito, únicamente en beneficio personal y burlándose de quienes pretendieran lo contrario. Cuantos están constituidos en autoridad, han de cuidar su corazón. Allí, quizás sin hacer ruido, se instala de pronto el egoísmo, como un insomne roedor.