De ovejas y pastores

Domingo de IV de Pascua, Ciclo C

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Dijo entonces Jesús: Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Y yo les doy vida eterna”. San Juan, cap. 10.

La imagen del pastor ha llegado hasta nosotros llena de connotaciones románticas. Pero en tiempos anteriores no fue así. Este oficio se ejercía casi siempre en regiones agrestes, no exentas de fieras y ladrones.

Sin embargo el pastoreo significó un liderazgo social constructivo. Hammurabi, fundador del imperio babilónico, se presentaba ante sus súbditos como “el predilecto del dios Marduk, zagal cuyo bastón es justo, el que ha cuidado los pastos y las fuentes de Lagasch y de Girsu”.

También los profetas judíos señalaron a los reyes de Israel como pastores del pueblo, llamados a guiarlo hacia los prados de la vida.

Y Jesús nos dijo en repetidas ocasiones: “Yo soy el buen pastor. Conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí. Ellas me siguen y yo les doy vida eterna”. Una forma gráfica de explicarnos cómo cuida Dios de nosotros.

Todo esto lo repite la Biblia en diversas páginas. Y el rey David, criado entre los rebaños de Belén, lo resume en un poema que es salmo 22, cuya autoría se le atribuye: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.

Los pastores de Palestina iniciaban la jornada hacia el amanecer, sacando su ganado del aprisco. Las ovejas seguían lentamente a su amo, mientras aquí y allá mordisqueaban las hierbas del sendero.

A mitad de la mañana el rebaño se mostraba cansado, pero no convenía darle de beber enseguida. Antes debería reposar y nos lo dice el salmista: “En verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas”.

Luego la grey y el amo continuarían su camino. De pronto, si alguna oveja, un corderito asustado regresaban hasta el pastor, éste les frotaba cariñosamente las orejas, dándoles ánimo y seguridad. “Yo doy la vida por mis ovejas”, dice también Jesús. Porque lobos y ladrones podrían asaltarlas.

“Tu vara y tu cayado me acompañan todos los días de mi vida”añade el salmo. Una vara y un bastón de unos dos metros, curvado en el extremo, eran las armas del pastor. Si una oveja cae en una zanja, se la levanta con el cayado para juntarla al rebaño.

Los campos de Palestina estaban surcados por angostos senderos. Otro animal que se extraviara podría quizás orientarse. Pero la oveja no. Es cobarde y además corta de vista. Por lo cual el pastor bueno, “va en busca de la perdida, dejando las otras noventa y nueve en el desierto”, escribe san Lucas. “Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo”, añade el salmista. Y además: “Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida. Habitaré en la casa del Señor por años sin término”.

Parece que el rey David ya era un anciano cuando escribió este salmo, el cual encierra una oración de síntesis. El salmista se siente definitivamente seguro en brazos de Dios.

Idéntica plegaria podremos nosotros recitar, mientras iluminamos nuestra vida con los significados de estas ovejas y pastores que presenta Jesús, el Buen Pastor. Quien nos conoce a cada uno por nuestro propio nombre. Quien ha dado la vida para expresarnos un amor inmenso que sana y salva.