Solemnidad: Todos los Santos
San Mateo 5,1-12a: Aquellos Santos anónimos

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Jesús subió al monte y empezó a enseñar a sus discípulos: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los mansos”... San Mateo, Cáp.5

 

Por el mes de Tisri, (septiembre - octubre) los judíos celebran la festividad de Sucot. Un nombre que recuerda la primera estación del pueblo que abandonaba a Egipto. Una celebración también llamada de la Siega, como leemos en el Éxodo, o fiesta de las tiendas. Para recordar la peregrinación de sus padres por el desierto, los judíos piadosos de hoy viven unos días a la intemperie, bajo chozas cubiertas de hojas de palmera y ramas de mirto. Allí soportarán el sol y la lluvia, pero además podrán, a través del ramaje, atisbar las estrellas.

En la fiesta de todos los santos, los cristianos hacemos también memoria de tantos hombres y mujeres que, después de su peregrinación por esta tierra, alcanzaron la tierra prometida. A algunos de estos hermanos la Iglesia los ha puesto sobre el candelero, después de una larga pesquisa sobre sus vidas. Son los santos canonizados. Pero a su lado, hombro a hombro con ellos, en idéntica felicidad, se encuentra como leemos en el Apocalipsis, una inmensa multitud, que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua. Ellos están delante del Cordero, nombre con el que san Juan distingue a Jesucristo.

Las historias de estos santos anónimos no cabrían en todas las bibliotecas del mundo. Pertenecen a todas las edades y profesiones y oficios. A todas las clases sociales, a todas las culturas. Pero un común denominador los identifica: Leyeron el sermón de la montaña, convirtiéndolo en cuaderno de ruta durante su peregrinaje por la tierra. Lograron ese nivel de vida cristiana, que la Iglesia denomina santidad. Comprendieron que el camino seguro hacia la felicidad se encuentra en las Bienaventuranzas. Fueron ellos gente de espíritu sencillo y amable. Gente que buscó arreglar los conflictos con verdad y mansedumbre. Capaces de sufrir por defender a los demás. Comprometidos día y noche en la construcción de un mundo más justo. Llenos de misericordia hacia los necesitados. Limpios, sin dejarse contaminar la mente ni el corazón. Desvelados por la paz en su entorno y aún más allá. Acostumbrados a poner la cara en favor de los demás. Quizás todo ello lo vivieron sin una marca visible de cristianismo. Cristianos de a pie, salpicados por el barro del camino, mantuvieron su vida en sintonía con Dios.

Cada uno de estos hermanos nos enseña que es posible vivir el Evangelio. Alienta en nosotros la confianza de lograr algún día el ideal. Al fin y el cabo ellos fueron de nuestra misma pasta. Valdría entonces la pena ponernos alguna vez a la intemperie. Lejos de toda falsedad y de los autoengaños con que hemos asegurado nuestra vida. Sentiremos temor. Pero de pronto descubriremos que alguna vez hemos sido pobres según el Evangelio, mansos, capaces de llorar el mal, hambrientos de justicia, misericordiosos, limpios de corazón. Que de pronto nos hemos esforzado en bien de la paz. Que incluso hemos sufrido alguna persecución por los valores del Reino. Descubriremos además muchas fallas. No importa, si apoyamos nuestra vida en el Señor, y a pesar de todo, continuamos atisbando las estrellas.