XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos, 12, 28-34: Las dos caras del amor

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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  “Respondió Jesús: El primer mandamiento es: Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todo tu ser. Y el segundo: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. San Marcos, cap.12.

El Giotto, un pintor florentino del siglo XIII, pintó la Caridad como una dama toda vestida de rojo. Con su izquierda presenta a Dios su corazón. Y en la mano derecha sostiene un cesto de frutas, que ofrece a los hombres. Quizás el artista había profundizado sobre el texto evangélico: El primer mandamiento es amar a Dios y el segundo, semejante a éste, es el amor al prójimo.

Nos cuenta san Marcos de un judío que desea clarificar cuál es el primer mandamiento, entre la confusa maraña de preceptos que imponía la sinagoga. Todo el judaísmo se basaba en la Ley y los Profetas. La primera equivalía a los cinco libros del Pentateuco. Luego venía la enseñanza de quienes habían orientado la fe del pueblo. Pero en la práctica, toda esa doctrina se concretaba en 613 mandamientos que acechaban a todo buen israelita, hasta causarle confusión y desconcierto. Para agradar a Yavéh habría que observar infinidad de normas.

Aquel judío inquieto ha mirado en Jesús alguien distinto, a quien le interesa más la persona que la ley. Entonces le pregunta: “Maestro, ¿cuál es el principal mandamiento?”. Jesús le responde con una cita del Deuteronomio, base y fundamento de todas las observancias judías: “Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor”. Frente al politeísmo de las gentes vecinas, Moisés se esforzó en mantener al pueblo bajo la alianza con un solo y único Dios.

Luego añade el Maestro: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. Una afirmación que, en términos actuales, podemos llamar existencialista. No se trata de amar al Señor con una fe meramente intelectual. Es necesario llevar ese amor a la vida, al corazón, a toda la conducta, a todas las circunstancias.

Algo que hace curso en la Iglesia de hoy. Creer en Dios no es solamente aceptar unas verdades. Es dejarnos transformar la vida por Jesucristo, quien espera de nosotros una respuesta de amor y compromiso.

Jesús prosigue, retomando un verso del capítulo 19 del Levítico: “El segundo mandamiento es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Este programa del Nuevo Testamento, tomado de paso, aparece demasiado simple. Sin embargo, contiene un universo de fe, de realización familiar y social. Habría, sin embargo, qué comenzar por amarnos a nosotros mismos, mediante una actitud de realismo y esfuerzo constante. Lo cual exige equilibro personal, progresiva madurez, experiencia. Desde esta plataforma, nos relacionarnos con el prójimo en amor y mutuo crecimiento. San Juan enseñará después: “Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”.

En la tumba de un antiguo faraón, los arqueólogos hallaron varios granos de trigo. Alguien los sembró con cuidado, los regó y ellos volvieron a la vida, al cabo de cinco siglos. En cada uno de nosotros, el Señor ha sembrado su amor. Aunque haya pasado mucho tiempo, podemos despertar esas semillas y alegrarnos de una próspera cosecha.